En nombre del mallorquinismo
No es fácil describir las emociones, ni siquiera transcurridas unas horas, cuando uno las ha compartido. La visita a Miquel Contestí, tan longevo como presidente del Mallorca como superviviente de su propia vida, ha cumplido 93 años, no ha sido emocionante sino lo siguiente: apasionante. A través de recuerdos comunes se palpaba la misma pasión con la que ejecutó cada uno de sus pasos plagados del entusiasmo que su profundo mallorquinismo le exigió. Difícil de entender para quienes practican el fútbol negocio que no emerge desde las vísceras, sino de los bolsillos.
Fue una conversación de hombres y nombres cuya estima prescinde de antiguas jerarquías y permanece tan imborrable como la huella que su paso dejó en los más de dos lustros en que reconstruyó, puso a navegar y amarró en buen puerto la nave que hoy timonean otros y también otros capitanearán mañana. Memoria para Antonio Caldentey, un apoyo insustituible en los más difíciles comienzos de la era, allá por 1978.
Supimos que Ezaki Badou, que le visitó hace solo unos meses en Palma, había perdido a su esposa de forma fulminante y repentina. Un dolor sentido. Evocar los tiempos de Serra Ferrer con la primera final de Copa del Rey en campo ajeno, no neutral, en Madrid y ante el Atlético. La figura de Hassan Fadil, el interés por saber del presente de Chano, aquel fantástico lateral que pudo fichar por el Barça o Riado, otro mallorquín de adopción igual que más futbolistas del otro lado del charco que echaron raíces en Mallorca. Amistades irrompibles, antiguos colaboradores como Guillermo Coll, ya jubilado, que aún le remiten regalos navideños.
Y perlas: «El fútbol ha cambiado mucho. Hay partidos que dejarías de ver a los 20 minutos. Si son buenos, aguantas los 90, pero cada vez los alargan más». Pero la gran satisfacción de mirar hacia atrás sin rencor, convencido de lo que hizo y orgulloso de los lazos que perduran, reconocidos o reconocibles.
Aquel presidente que presenciaba el partidillo de los jueves desde el banquillo con el mismo nerviosismo que el de la jornada siguiente, terco y fuerte, no ha cedido orgullo ni fortaleza ante el inexorable paso del tiempo. Nadie podrá borrar la huella de su legado. El Mallorca existe porque este hombre, Miquel Contestí Cardell, le salvó de su desaparición. Ahí sigue, con más arrugas pero el mismo amor, cada vez que se ilumina la pantalla de plasma y las camisetas rojas embocan el túnel de vestuarios para que comience el espectáculo. Una lágrima cae sobre el cesped, la de un hombre que sigue vivo, más vivo que nunca.
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