No tendrás nada y no serás feliz

Durante años, se ha promovido una visión del futuro aparentemente inevitable: sostenible, digital y supuestamente igualitario. Desde instituciones internacionales hasta magnates tecnológicos, se repite que debemos adaptarnos a nuevos modelos de vida donde la propiedad, la identidad nacional y las costumbres tradicionales quedan relegadas en nombre del progreso. Pero bajo esa fachada de modernidad se esconde un proyecto político y cultural profundamente deshumanizador: un mundo donde «no tendrás nada y serás feliz».
Lejos de ser una simple frase publicitaria, este lema resume una agenda global que pretende transformar la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos. Nos dicen que ya no necesitaremos casas propias, coches, objetos, ni siquiera recuerdos materiales. Todo será acceso, no posesión. El individuo pasará de ser dueño de su vida a inquilino permanente del sistema.
Detrás de esta transformación hay una intención clara: debilitar la autonomía del ciudadano común. Eliminar la propiedad privada no es igualar oportunidades, es quitar el último bastión de libertad individual. Sin medios propios, dependemos por completo de plataformas tecnológicas, organismos reguladores y estructuras supranacionales que nadie ha elegido. El discurso de la comodidad encubre un mecanismo de control tan eficaz como invisible.
Conceptos como economía verde, renta básica o pasaporte de carbono se presentan como avances, pero en realidad construyen una red de dependencia. El trabajo pierde su sentido como vía de superación; ahora sólo se trabaja para mantenerse a flote. El esfuerzo personal es sustituido por la sumisión a reglas dictadas desde arriba, mientras el pensamiento crítico es etiquetado como disidencia.
Quieren redefinir al ser humano, desarraigarlo de su historia, disolver su identidad, fragmentar la familia y neutralizar la religión. Todo lo que ata a la persona a una comunidad real es considerado una amenaza al nuevo orden. Nos prometen una felicidad abstracta, calculada por algoritmos, pero nos quitan lo más básico: el sentido de pertenencia y el derecho a decidir sobre nuestras propias vidas.
Mientras tanto, la crítica es silenciada bajo la bandera de la corrección política. En nombre de la inclusión, se exige uniformidad. En nombre de la diversidad, se impone el pensamiento único. En nombre del progreso, se destruye la tradición. Lo que se presenta como un salto hacia el futuro es, en realidad, una regresión al servilismo.
Sin embargo, aún no es tarde. Podemos recuperar lo que nos quieren arrebatar: la propiedad como base de la libertad, la familia como eje de cohesión social y la soberanía nacional como escudo frente a quienes quieren diluir nuestras decisiones. No se trata de nostalgia, sino de supervivencia cultural.
Es el momento de reconstruir desde abajo, desde la identidad, desde el vínculo real con nuestra historia y nuestra tierra. No nos someterán con promesas vacías ni con fórmulas importadas. Aún estamos a tiempo de defender lo nuestro y lo haremos.
- David Gil de Paz es portavoz adjunto de Vox en el Consell de Mallorca.