OkBaleares
crítica musical

Jethro Tull, aquella brisa amable de lo que fue

El Auditórium de Palma acogió el pasado 24 de febrero el final del capítulo español de la gira

El concierto en el Auditórium de Palma el pasado 24 de febrero ha marcado el final del capítulo español de la gira en curso de Jethro Tull, aunque no el ibérico puesto que aguardan Lisboa el 6 de marzo y Porto el 7 de marzo. Lo que no ha variado es el lleno absoluto en las salas donde se ha presentado la banda que lidera Ian Anderson, que a sus 76 años mantiene intacto su hálito, si bien quedando claro que presenciamos una brisa amable de aquel barroco extravagante, compulsivo, que alentaba su  liderazgo de un rock progresivo los tiempos de Aqualung, Thick as a Brick, Stand Up o Stormwatch. 

Mucho pelo canoso en el aforo, que ya ha transcurrido medio siglo desde el comienzo de todo aquello, y también muchas ganas de ver en directo a una leyenda del rock, de las pocas que continúa en activo. Y no defraudó, claro que no. Su voz diezmada (Anderson padece EPOC), pero no así, su bizarra personalidad cosida a gestos como la postura del flamenco (pie izquierdo apoyado en la rodilla derecha) o el fraseo algo entrecortado que siempre le ha caracterizado, además arropado por una potente banda, que a pesar de remontarse como mucho a la primera década de este siglo, nos transmite el genuino sonido de siempre. Por cierto, el concierto en Palma iba a marcar    la despedida del guitarra solista, Joe Parrish, que a partir de ahora dedicará su trayectoria personal a profundizar en el folk-rock de sus amores.

De hecho, sutilmente el folk-rock anda encapsulado en la aventura de Jethro Tull inmerso en el rock progresivo, especialmente por las raíces celtas de la personalidad de Anderson abundantemente reflejada en el vídeo proyectado al fondo del escenario y que en resumidas cuentas no dejaba de ser el paseo por la psicodelia contrapuesta con la agresión urbanita y el sabor a prado de la campiña escocesa que le ata.

En este sentido, no me pasó inadvertida esa doble referencia a Stand Up (1969), álbum considerado el despegue de su leyenda. Primero, a comienzo del concierto, referencia a Hotel California de The Eagles (Acurso del Anderson, suele hacer referencia a quienes han influido en su trayectoria), pasando a interpretar su personal versión con We Used to  Know, Poco después, volvió a insistir con Bourée, pieza inspirada en la danza del quinto movimiento de  la Suite para laúd de J. S. Bach.

Lo verdaderamente interesante, incluso trascendente del concierto, era su inmensa capacidad para unos arreglos que daban estabilidad al directo, con incursiones en sus grandes éxitos, y al mismo tiempo presentar unos pocos temas de su discografía reciente, concretada en The Zealot Gene (2022) y RökFlöte (2023), este último centrado en la mitología nórdica, que no es casualidad puesto que en cierto sentido participa Anderson del principio ya expuesto por Leonard Cohen en uno de sus libros de poemas Hablemos de mitologías.

Aunque lo importante es el equilibrio que sabía darle al curso del directo. Tan ayunos andamos de directos, en tiempo presente, que cabe hermanar la noche del 24 con otra cita en el mismo escenario, el año 2010, siendo entonces protagonista John Mayall, que igualmente nos llegaba años después, tantos como 45 desde Blues Breakers with Eric Clapton.

Fiel a sus constantes, esto es Dios, la Naturaleza (ambos bien presentes en el vídeo que se proyectaba en el fondo de escenario) y la Navidad quiso ir a recordar su álbum de 2003, A Christmas Songs, para regalarnos el aroma de Holly Herald. Un público entusiasta, aunque silencioso en el recorrido de los temas, se mantuvo siempre entregado a la memoria del pasado.

Apuntar, no es poca cosa, que el promotor del concierto era Carlos Goyarrola, uno de los vascos que en los 80 hicieron posible el Tagomago Rock y el primer Concurs de Pop-Rock del Ayuntamiento de Palma, y separados, él fue quien nos acercó en cuatro ocasiones a Van Morrison, de manera que el poblado de canas, la noche del 24, guardaba entre sus recuerdos aquellos años dorados de nuestra movida, aquélla que no regresará jamás.