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Escuchen a Di Stéfano

La reivindicación del Mallorca en el Reale Arena ha desmontado algunos tópicos a los que hicimos referencia después de la durisima derrota frente al Celta en Palma. El primero y más importante la poca influencia de las bajas en el rendimiento del equipo. La plantilla es justita, pero muy igualada en términos de capacidad técnica y física. Ya habíamos demostrado que hubo peores resultados sin Valjent que sin Raillo y ahora también recordaremos que sin Muriqi los de Arrasate ganaron fuera de casa al Betis, Valladolid, Getafe y Real Sociedad, y al Valencia y el Girona en Son Moix, ya que en este partido el kosovar fue expulsado a la media hora. Es decir que de las seis victorias en calidad de visitante, cuatro se han resuelto favorablemente sin concurso del ariete titularísimo.

Precisamente una de las características que avalan al entrenador y ha sido reconocido en diversos foros y tertulias, es que su equipo se comporta de la misma manera salga quien salga, está por encima de lesionados, sancionados o cambios de dibujo o sistema. Lo que quizás habría que analizar con algo más de rigor y profundidad, es hasta qué punto condiciona un determinado futbolista el juego de sus compañeros. Muriqi y Larín, que no acaban de encajar juntos, ofrecen distintas prestaciones. Mientras el primer fija a los centrales, domina el juego aéreo y oxigena al resto cuando recibe de espaldas y aguanta la pelota, el canadiense abre más espacios, es más rápido y mueve a los defensas. No se trata de si uno es mejor que el otro, son distintos y su alineación depende en gran medida del plan de partido, las necesidades del conjunto y su condición anímica. En última instancia, para gustos los colores y siempre prima, ¡faltaría más!, el del titular del cuerpo técnico.

Finalmente se ha puesto nuevamente de manifiesto, que para obtener un marcador positivo, el único remedio que funciona en vestuarios como el bermellón es el máximo esfuerzo que, a su vez, no solo implica alta intensidad, sino también solidaridad y amor propio. Nada que ver con el ego, tan contraproducente, ni la autoestima, virtud más individual que colectiva. Y como decía el gran Alfredo Di Stéfano: «ningún jugador es tan bueno como todos juntos».