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Crítica teatral

‘Casa Calores’: vidas corrientes en un terrado

Dos figuras sobresalientes de la escena, como son Jordi Boixaderas y Rosa Renom, dan la alternativa al cuarteto de jóvenes talentos formado por Júlia Benlloch, Arnau Comas, Eudald Font y Júlia Molins

La primera impresión que uno tiene es la de asistir a una representación en la que dos figuras sobresalientes de la escena, como sin duda lo son Jordi Boixaderas y Rosa Renom, dan la alternativa al cuarteto de jóvenes talentos formado por Júlia Benlloch, Arnau Comas, Eudald Font y Júlia Molins. Lo que nos disponíamos  a ver en aquel terrado de un vecindario común era una historia de amistad adolescente, toda ella in crescendo, y al mismo tiempo, otra de una sutil y silenciada atracción entre adultos. Formidables los seis.

Pere Riera, el autor y asimismo el director, desarrolla sus motivaciones en diversos recuerdos en off que le han llevado a describir esta historia a modo de reflexión autobiográfica. De alguna manera, eso le vincula directamente  con los más jóvenes, dejando entonces en libertad los encuentros adultos en un primer momento casuales y conforme avance el relato conocer cómo es  la realidad entre ambos y su postrera explosión amorosa.

Aunque en realidad la trama adquiere especial prestancia en la relación de los cuatro jóvenes en un recorrido de tres etapas (1989, 1996 y 2003), que encarnan su recorrido adolescente en el instituto, su paso por la universidad y su llegada a la primera madurez. De eso realmente va Casa Calores y lo realmente sorprendente es que los cuatro jóvenes captan nuestra atención prácticamente desde el primer momento, permitiéndonos entonces apreciar la aportación, directa e independiente del nudo central, de Jordi Boixaderas y Rosa Renom a la historia de unas vidas corrientes que van sucediendo en un terrado entendido como el espacio iniciático del relevo generacional. La pareja de adultos, vencidos por todo lo sucedido en su día a día, encuentran la esperanza en su revuelta sentimental, mientras los jóvenes afrontan sus diferencias desde la piedad que les acompaña por la sincera amistad de una vida, toda ella todavía en curso.

Lo que más llama la atención es que en teoría a lo que asistíamos era a la recuperación de la comedia sin más, que fue tradición en los inicios del Teatro Principal de Palma y para entendernos en versión Xesc Forteza. 

Sin embargo, a lo que nos enfrentábamos en realidad era a una suerte de reposada reflexión crítica sobre el camino emprendido por una generación en busca de su propia identidad, con sus dudas, aciertos e incertidumbres. De tal manera es así, que deberemos aguardar al estreno de La paella dels dijous, con Llum Barrera, para que en efecto el Teatro Principal de Palma pueda ir a reivindicar el rescate de la comedia que definió sus orígenes.