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Feijóo no debe bajar al barro con Sánchez

He preparado muchos debates en mi trayectoria profesional, debates políticos y no políticos. Y siempre llego a la misma conclusión cuando los candidatos se enfrentan: el debate es un continuo batiburrillo de sensaciones donde gana aquel que entiende mejor lo que siente el que está escuchándolo, tras el escenario o en su casa. Porque el espectador accede a ver el combate dialéctico, no para decidir su voto ni para elegir su descarte, sino para tranquilizar su sesgo y aclarar su prejuicio. Así ha sido desde que la televisión irrumpió en la escena política a mediados del siglo pasado para confirmar que una imagen siempre gustó más que mil palabras. Que se lo digan a Nixon.

En estos años trabajando con y entre políticos, he ido manejando otra certeza que confiaba a menudo a mis candidatos o a sus equipos de campaña, para que la pusieran en práctica en el debate o si les quedaba tiempo, la aplicaran a su vida. Y era la siguiente: nunca se discute con un mentiroso, ni con un idiota. Ambos te llevarán a su terreno desde el primer minuto y tendrás la sensación de que, digas lo que digas, el mentiroso impondrá su verdad y el idiota te hará parecer uno de los suyos.

Bajo esta premisa, llega Feijóo a un cara a cara contra el hombre que ha hecho del engaño un arte único, hasta el punto de invisibilizarlo como parte obligada de una forma de gobernar. Sánchez pretendía resumir la campaña montando debates a tutiplén como recurso para seguir teniendo cuota de pantalla, vitamina que todo narcisista pegado a una nariz requiere para seguir alimentando su ego. Como de amor propio el autócrata va servido, entendió con este movimiento que su calidez verbal y su frondosidad gestual en la tele jugarían a su favor, sobre todo si los debates los organiza la tele pública o los empleados de su amigo Oughourlian. Pero en el PP supieron decir No a tiempo, porque un debate con Sánchez en TVE era como jugar un partido contra el Barça dirigido por Negreira y supervisado en el VAR por Sánchez Arminio.

Así, nos queda el único debate político entre los dos candidatos a presidente del gobierno, que tendrá lugar en la noche del lunes 10 como antesala de unas expectativas marcadas por el retorno a un bipartidismo impuesto por las circunstancias, o sea, por el sistema, cómodo en un país que nade entre dos aguas y evitar así aventuras incontrolables que rompan el statu quo de intereses, prebendas y corruptelas.

De cara al debate, Sánchez atacará a Feijóo desde el principio, en un intento de monopolizar la cámara y audiencia en temas que el sanchismo domina a la perfección: derechos, estado del bienestar, democracia, y otros conceptos que la izquierda presume como patrimonio exclusivo y que articulan a cada mensaje chapurreado, obligando a la contraparte a suscribirlo sin matices. Una de las técnicas que presumiblemente más usará el socialista será la del mensaje transparente o concepto de despiste. Y es introducir una reflexión absurda en su premisa final pero que lleve a confusión en su planteamiento. Por ejemplo, si Sánchez afirma que tras el 23J “gobernará el fascismo y los productores de leche”, la audiencia, incrédula, se preguntará de inmediato: ¿los productores de leche? ¿Por qué? ¿Qué tienen que ver en esto? ¿Cómo van a gobernar? Y con ello estarán validando el primer aserto, esto es, que gobernará el fascismo. Ya han probado este método en las últimas semanas. Repasen los vídeos que lanzan desde las cuentas oficiales del PSOE y sus medios sobre la crisis de 2008 y observen a quién responsabilizan de la misma. Goebbels no lo habría hecho mejor. Por eso, Feijóo no debe bajar al barro con Sánchez. Sabe que la izquierda, y Sánchez, vive de exigir a los demás lo que deben decir y cómo deben decirlo. Es la que impone los temas y argumentos que deben debatirse e incluso aconseja al opositor sobre el tono a usar en sus intervenciones y réplicas. Ante eso, sugiero cinco claves que debe tener en cuenta el candidato popular:

 

  1. Imponer el discurso desde el principio, un relato que suene a alternativa y no a mera alternancia, y que obligue a Sánchez a defenderse para no colocar su retahíla de conceptos vagos pero efectivos de siempre.

 

  1. No abordar temas superfluos que estén por debajo de las cinco primeras preocupaciones de los españoles. Si Sánchez habla desde lo abstracto, Feijóo no debe ir a la promesa, sino al hecho. En la nebulosa, Sánchez siempre gana.

 

  1. Debate contra Sánchez y contra un país hinchado de prejuicios y trincheras, alimentado por el propio presidente. Debe marcar los tiempos, entrando en los temas que más han afectado al presidente en su credibilidad, que son muchos.

 

  1. Tener preparada una buena respuesta cuando Sánchez utilice, si es que lo hace, el argumento de por qué hay que creerle (a Feijóo) cuando dice lo que va a hacer en España, si gobernando en Galicia no lo ha hecho. En esa posición de defensa y respuesta puede haber un factor importante de desequilibrio y desajuste.

 

  1. El debate es un juego de sensaciones. Vivimos en una dermocracia, donde el poder sensitivo se impone a todo lo demás. Feijóo debe definir y definirse, y ante las cámaras no toca ser ni parecer tecnócrata, sino acercarse más al candidato que su vídeo de campaña muestra. Si ha llegado el momento, como reza su eslogan, tiene que ofrecer certezas y alterar estados de ánimo dudosos o confusos. Quizá le sirva una frase de un histórico socialista para derribar a Sánchez: España merece un presidente que no le mienta, ni que cambie de opinión cada día.

Los debates políticos en España ni alteran la intención de voto ni modifican lo que tenía escogido el elector en su cabeza. Por el sistema y la forma de hacerse, apenas si contribuyen a clarificar dudas y sólo ofrecen carnaza para el divertimento de periodistas y tuiteros con afán de influencers. Pero en el retorno al bipartidismo, en esa polarización de Sánchez o el caos y Sanchismo o democracia, España vivirá un debate de mentira, en el que, de nuevo, las ideas, el programa y las propuestas serán vencidas por los prejuicios. Al tiempo.