David de Miranda salva una tarde floja en San Isidro: corta dos orejas y sale por la Puerta Grande
El joven diestro onubense David de Miranda, que confirmaba la alternativa, se convirtió este viernes en la gran revelación de San Isidro al cortar las dos orejas al sexto toro, con la consiguiente salida a hombros, para remontar así una tarde condenada al fracaso por el viento y el pésimo juego del ganado.
Hasta que salió ese último que, por enrazado y bravo en la muleta, fue la única excepción al desastre de los «juanpedros», la tarde transcurría entre broncas, decepciones, faenas abortadas por el viento y el esfuerzo tesonero de Paco Ureña, al que por ello se premió con una cariñosa oreja del quinto.
Pero, al revés que todos sus serios y voluminosos hermanos, ese sexto, aun igual de basto y amenazadoramente astifino, se comportó algo mejor en los primeros tercios y rompió a embestir con fuerza y emoción cuando De Miranda, en una apuesta casi suicida ante el ventarrón, le citó en los medios para abrir faena con un pase cambiado.
Y como había sucedido en los tres impávidos quites de capa en los que intervino antes, el joven de Huelva mantuvo la verticalidad y se pasó los buidos pitones con un ajuste enervante, que hablaba a las claras de su clara determinación y de su fe para remontar una de las típicas tardes isidriles en las que todo se pone a la contra.
Se refugió luego De Miranda en los terrenos del tendido cinco, donde el viento, aunque en menor intesidad, seguía molestando pero sin que ello fuera óbice para que, sin el control absoluto de los vuelos, le echara la muleta con sinceridad al de Juan Pedro y le ligara varias series de pases de creciente intensidad.
Entregado por completo a las embestidas, con una vocación irrenunciable de someter al enrazado ejemplar y de no darle un respiro en el mando, el joven torero se lo pasó siempre por los muslos, con un trazo mayor y más templado incluso con la mano izquierda, sin el soporte de la espada.
Las dos últimas series de pases, una por cada pitón, fueron las más redondas, las que terminaron de poner de pie los tendidos, que todavía rugieron más con unas bernadinas de escalofrío antes de que lo matara de una estocada certera tirándose a por todo. Un todo que fueron esas dos rotundas orejas que le abrieron la Puerta Grande y le convierten, hasta el momento, en la gran revelación de la feria.
Antes del suceso, Paco Ureña había cortado una oreja por una labor de puro tesón para intentar sacar muletazos limpios, casi impensables por el viento y la poca raza del animal, al quinto, entre el beneplácito de un público que le trató con afecto ya desde que le sacó a saludar tras el paseíllo para reconocerle el esfuerzo de volver a torear tras la cornada que le hizo perder un ojo la pasada temporada.
Ya con el primero de su lote el torero de Lorca había mostrado un idéntico planteamiento, en una faena meritoria pero que no acabó de levantar el vuelo por su obsesiva exigencia de mano baja a un toro con la raza medida con cuenta gotas.
Por su parte, El Juli, la gran estrella del cartel, pasó prácticamente desapercibido en su primer paseíllo del abono, resignado a hacer dos trasteos de mero trámite a un primero vacío y desfondado desde que salió del caballo y a un sobrero de Algarra, grandón y bonancible, ante el que la facción dura de la afición no le echó apenas cuentas.
FICHA DEL FESTEJO:
Cinco toros de Juan Pedro Domecq y un sobrero de Luis Algarra (4º, sustituto de un titular devuelto al lastimarse una pata en el último tercio), aparatosamente armados y de voluminosas pero, en general, bastas y nada armónicas hechuras.
El Juli, de verde musgo y oro: pinchazo hondo y tres descabellos (silencio); dos pinchazos y estocada baja trasera (silencio tras aviso).
Paco Ureña, de lila y oro: pinchazo y estocada trasera (vuelta al ruedo tras leve petición de oreja); estocada baja (oreja tras aviso).
David de Miranda, de blanco y oro, que confirmaba la alternativa: pinchazo hondo (silencio); estocada (dos orejas). Salió en hombros por la Puerta Grande.
De Miranda confirmó la alternativa con el toro «Molador», nº 18, castaño, de 541 kilos.
El rey Juan Carlos presenció la corrida desde una localidad de la meseta de toriles, acompañado por el ganadero y el torero Enrique Ponce. Los tres espadas le brindaron la muerte de uno de sus toros.
Undécimo festejo de abono de la feria de San Isidro, con cartel de «no hay billetes» (23.624 espectadores).
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