¿Vamos a perder la InfluencIA?
Las primeras máquinas que aparecieron en las fábricas inglesas fueron las de hilar (1767) y las de vapor (1769), pero, a diferencia de lo que muchos creen, su impacto no fue inmediato.
Inspirados en Nedd Ludd, un aprendiz que destruyó el taller de su maestro en 1779, entre 1811 y 1816 se organizó el movimiento Ludita, que tenía como objetivo destruir las máquinas en las fábricas. Esta corriente se conformó, por un lado, de pequeños artesanos que comenzaron a verse afectados al no poder competir en costes frente a la producción industrial; y, por otro, de obreros que se encontraron de la noche a la mañana en la calle.
Aunque algunos sospecharon que estos eventos podían afectar a corto plazo la economía, la sociedad o el trabajo, nadie fue consciente de cómo a largo plazo esto iba transformar la historia del mundo. Lo verdaderamente cierto de estos hechos es que el hombre entendió que podía ser reemplazado por una máquina.
Dos siglos después, las máquinas han logrado permear todos los aspectos de nuestras vidas, eliminando cientos de puestos de trabajo, pero también, generando nuevos empleos más cualificados. En paralelo, cientos de organizaciones, universidades y expertos llevan advirtiendo acerca de cómo los trabajos más repetitivos serían los primeros en desaparecer, por ejemplo, los operadores telefónicos o industriales, cajeros de banco, etc. Sin embargo, una categoría que nunca he visto mencionada en una lista es la de los modelos e influencers.
Hoy en Instagram existen modelos e influencers fakes generados por inteligencia artificial, tales como @vicki_verano, @AvaHarris_AI, @Deanna_ritter 98, y la cuota española, @fit_aitana con 200.000 seguidores; estas cuentas ya promocionan productos con fotos, vídeos e historias, como cualquier influencer, en las cuales es imposible detectar que no son humanos.
Es paradójico pensar que el oficio de obrero, al que deberíamos considerar -también- como uno de los más antiguos del mundo (alguien tuvo que construir la muralla China), haya requerido tanto tiempo para empezar a ser reemplazado por las máquinas, y los influencers, que son producto de redes como Facebook e Instagram, y que tienen menos de 20 años de existencia, ya se estén comenzando a sustituir.
Pero por supuesto que la lista no se queda allí; también existen aplicaciones para producir digitalmente personas, voces, lugares, películas, videojuegos, creados por inteligencia artificial y que difícilmente distinguiríamos si son reales o no.
Mas allá de la pérdida de empleo que trae consigo la tecnologización de nuestro mundo, otro de los grades peligros al que nos enfrentamos es el de perder los límites de lo que nosotros llamamos «realidad».
La realidad es el conjunto de hechos y acontecimientos conocidos o desconocidos, que han sido aceptados por la mayoría, y sobre la cual se sustenta cualquier cultura. La realidad nos sirve para interactuar no sólo entre humanos, sino también con lugares, cosas, tiempos…, y nos enseña a delimitar nuestros actos, a reconocernos y a reconocer a los otros. Sin realidad no habría historia, cultura, sociedades, relaciones personales, etc.
Pero ¿qué pasa cuando aquello que durante siglos creímos que era «real» ya no lo es? ¿Cómo vamos a hacer para identificar si un modelo, una voz, o una imagen son reales?
Perder nuestras «realidades» puede afectarnos humana, mental, psicológicamente y puede hacer que nuestra especie derive hacía algo nuevo -bueno o malo-, pero que hoy no podemos determinar cómo será.
Y mientras todo ello ocurre, no olvidemos que son personas dentro de las empresas las que siguen despidiendo a otras personas. Aún somos los humanos quienes seguimos reemplazando a personas por máquinas para ahorrar costes; lo que me impresiona es que nadie piense que al final de cuentas todos terminaremos pagando muy caro por ello.
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