El siglo melancólico
El título de esta nota se sostiene en una idea fuerte. Podría haber sugerido otro calificativo similar, el siglo imbécil, o el siglo chino, es decir, comunista. En cualquier caso, ahora que hemos entrado en su tercera década y ya el monstruo tiene vello y camina, hagamos aproximaciones a su naturaleza. Es melancólico en cuanto reproduce, por otras vías y con diferentes medios, mas con idéntica pasión, las filias y fobias que arruinaron los mundos del anterior corte cronológico, el siglo veinte. Melancólico, por tanto, en su vida europea, la de estas naciones viejas de incurables achaques y perdida fe en el pasado.
Sobrevive un gusto ilustrado, aunque en realidad es más bien una cosa biedermeier. Ese elitismo, en lógica, se siente amenazado por la arrogancia de la posverdad marxista. Puede reivindicarse con lanzamientos editoriales (de Pinker, por ejemplo) y debatir en prensa y coloquios. Es decir, no conserva el poder de seducción de antaño. “La gente”, en bautismo podémico, es llevada en volandas por élites nuevas, y apunta altos deseos. Dispone de redes de comunicación formidables, espejismos de una autoridad tan ficticia como molesta. Sube, parece que tocará el cielo del poder; pero es como la espuma gruesa de un mal cava, baja con idéntico ímpetu. Es “la gente” tan vistosa como aquella muchedumbre campando por las Tullerías pidiendo la cabeza de Luis XVI. Perfectamente maleable y susceptible de ser conducida por los caminos que el liderazgo desee.
Sin embargo, el grueso opinante no cuestiona los principios rectores ilustrados porque, sencillamente, sus planteamientos son de orden decorativo. El pueblo no vive ajeno al sistema ilustrado, de hecho lo tiene tan interiorizado que ni lo percibe como un elemento capaz de ser siquiera expuesto, ni discutido. El vértigo aparecerá al ver rodar la cabeza de un rey, en forma de matanzas fratricidas, prueba escarlata de un gran fracaso colectivo, irreversible miedo.
El siglo se encanta en rancios simbolismos, madura su melancolía. Huelga decir que Occidente (su civilización cristiana) se da semejantes lujos mientras en otra latitud el que es el órgano más poderoso del mundo (Partido Comunista chino) celebra sus reuniones quinquenales con nostálgica coreografía (gigantescos hoz y martillo), orden científico -ilustración de partido único- y motores a todo gas. Me temo que esta melancolía secular nos entretiene de las grandes amenazas, claro que nosotros no entendemos el mandarín. Y seguimos tuiteando sarpullidos.
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