El Rey en los toros


Qué suerte tuvo el Rey Felipe VI, que no supo de oídas lo que sucedió en la corrida de San José en Valencia. El Rey en los toros vivió en primera persona lo que todavía su pueblo es.
«Majestad, le brindo este toro agradeciéndole cómo defiende a España y cómo ha defendido a todos los valencianos desde que comenzó esta desgracia. Le deseo que tenga mucha suerte en toda su vida y que esté aquí con nosotros muchísimo tiempo».
Estas fueron las palabras del torero Borja Jiménez en el brindis que dedicó al Jefe del Estado. Su primer y único toro de la tarde, que si no es por la gracia de Dios, hubiese sido el último de su vida. Y eso lo vio Su Majestad teniendo entre sus manos la montera del que caía herido en la arena por un sueño de grandeza.
El Rey en los toros, pudo certificar que nuestra raza, aunque periclitada, todavía sobrevive. Y ya no sólo por un renacido Jiménez, que hasta el último momento trató de salir a torear, sino también por el valenciano Román, que se echó a las espaldas la tarde sin un gesto de agobio, miedo, cansancio, y en la que demostró el respeto a la institución real, el pundonor con su compañero y la entrega a la afición.
La presencia del Rey en los toros, no era un brindis al sol, venía de mancharse las zapatillas en Torrent. Además, no ha habido sol. Las tardes de estas Fallas han sido grises, frías y lluviosas, como lágrimas que lloran los estragos de la DANA, presente por siempre en las casas y camas de muchos valencianos. El Rey lo sabe, en el coso de Xàtiva se hace más fuerte. Más que en cualquier desfile, rúbrica, discurso.
Si un rey reina en España, para una España sin Dios, sin pueblo, sin tradiciones, sin familia, ¿para quién reina? Lo más fuerte que tenemos los españoles en esta todavía España es la institución de la monarquía precisamente por su anacronismo y por su arcaísmo.
Si todavía tenemos rey que hereda, ¿quién nos va a negar legítimamente la España heredada? ¿Puede un rey heredar un trono y un pueblo, y no puede un pueblo heredar la raíz de la patria?
Salvo el primer rey Borbón, Felipe V, que sí fue amigo declarado de los festejos taurómacos, como recoge el estudioso Antonio Peñafiel, en las decenas de crónicas de La Gaceta de Madrid (lo que acabaría siendo el BOE), el resto (por general) no quisieron esta fiesta.
Y gracias al desprecio real, la fiesta de los toros de los Austrias la heredó el pueblo y la hizo suya, pues se quedó con las sobras de las fastuosas celebraciones que se celebrarían a puerta cerrada en los exquisitos palacios afrancesados.
Eso forma parte de la historia de España. Como también la huella que dejó el extranjero José I, Pepe Botella, en las románticas corridas de toros instituyendo el billetaje, los tendidos… O la reconciliación de los Borbones y la tauromaquia con los últimos de la dinastía.
A un rey no le tiene por qué apasionar las corridas de toros, porque el gusto es algo personal (y casi involuntario), pero un rey de España para ser rey en el siglo XXI tiene no sólo que respetarlas, sino protegerlas, como le recordó el maestro Paco Ureña en la corrida de la prensa el año pasado en Madrid. El diestro de Lorca le dijo ante toda España expectante: «Va por usted, por España. Espero que defienda a España como lo necesitamos en la actualidad. ¡Va por usted!». ¡Ahí queda eso!
Aunque la costumbre sea brindar el primer toro a la máxima autoridad presente en la plaza en caso de un jefe del Estado, los toreros no están obligados a ello en democracia. Lo hacen porque quieren. Dejó de formar parte del protocolo el día que Franco dejó de ir a los toros y marchó de éste vallis lacrimarum. Una tradición que había perdurado en cierta manera desde el siglo XVII, cuando era costumbre brindar los primeros toros a la presidencia.
Por lo que el brindis de un torero al Rey en los toros adquiere una relevancia muchísimo mayor, pues no deja de ser un regalo de vasallo libre, y el propio rito en sí es una audiencia de un rey con un ciudadano, en el ejercicio ambos de sus trabajos y como representantes ambos de linajes milenarios, en una plaza pública.
Y añadiré: en esas miradas sostenidas por una montera, podemos contemplar la eternidad viviente de nuestra historia española. No hay dos instituciones vivas, en carne, que pueden mirarse a los ojos preservando lo que cada una de ellas son.
El rey en los toros encuentra un interlocutor acorde a su ancianidad, porque el torero es el legado de una estirpe de guerreros que han hecho de España la patria más grande que ha existido jamás defendiendo a Dios, a la traición, al pueblo y a la familia.
¿Exagero? ¿Es exagerado decir eso de Borja Jiménez que se retorcía por no poder salir a matar sus toros? ¿Es exagerado decir eso de Román que sale a hombros después de matar cinco bestias de la Quinta? ¿Exagero si recuerdo la imagen del novillero Simón Andreu, navegando a las puertas de toriles, con el piso abnegado por la tormenta, esperando al sexto toro? Podréis decir que exagero, yo no lo creo.
Así que qué suerte tuvo el Rey, que no le contaron la misa a medias y decidió anudarse la corbata de su pueblo. Tal vez, escuchando las súplicas San José, nos lo ha traído a los toros ya en la primera gran feria de la temporada.