Opinión

Réquiem Supremo

La decepción es el sentimiento que invade hoy a muchos españoles. Parece ser que estos dos años en los que pensamos que asistíamos al mayor órdago al que se había enfrentado nuestro Estado de Derecho en su reciente historia democrática, al mayor intento de ruptura del orden constitucional, no ha sido otra cosa que una alucinación colectiva. La aprobación de las leyes de desconexión, la convocatoria y celebración de un referéndum ilegal, la declaración de independencia, el ‘contrapapel’ de los Mossos, la activación de las asociaciones independentistas, regadas con dinero público, para incendiar la calle… todo ha sido un farol. Ésta es la lógica jurídica que ha alumbrado la decisión de los magistrados del Tribunal Supremo según la cual sólo existen las rebeliones post mortem.

Asombra leer que en Cataluña no ha existido un plan de rebelión sino una estrategia de negociación. Han triunfado las tesis del Gobierno de Sánchez, instrumentalizadas a través de la Abogacía del Estado y, finalmente, materializadas por unos magistrados del Supremo parapetados en la sacrosanta unanimidad que todo lo resiste. Juristas de reconocido prestigio se afanan en explicar a los españoles, imberbes demócratas, que estábamos equivocados y cegados por una ignorancia preconstitucional. Ese estado de inmadurez alcanza incluso al Jefe del Estado que, en su papel de garante de la Constitución, compareció ante los españoles para denunciar que las autoridades catalanas se habían situado al margen del derecho y de la democracia. “Han pretendido quebrar la unidad de España y la soberanía nacional, que es el derecho de todos los españoles a decidir democráticamente su vida en común”, advirtió el Rey Felipe VI.

Pero, es en la oposición a la petición del Ministerio Fiscal para la aplicación del artículo 36.2 del Código Penal donde mejor se percibe toda esta política de paños calientes. La negativa del Alto Tribunal a garantizar el cumplimiento de, al menos, la mitad de la condena despeja el futuro penitenciario de los condenados. Llama la atención que los grupos de la oposición, con una candidez sobresaliente, insistan en exigir a Sánchez que no indulte a los independentistas… ¡pero si no lo necesita! Nunca quiso el presidente del Gobierno entrar en ese debate conocedor de que la prisión preventiva y el reglamento penitenciario acabaría por convertir en papel mojado las penas impuestas. Qué gran teatro.

El independentismo ha agradecido los esfuerzos de la única manera que sabe: volviendo a la calle, hablando de venganza y mostrando su firme determinación a reincidir. Justo pago a tanta mediocridad e incompetencia. España se desangra cercenada por el canibalismo y el quijotismo. Ahora tocara rebajar el suflé, pero sólo será un leve paréntesis antes de volver a la inercia destructiva.