¡Que se reinserten entre ellos!
La neurociencia y las nuevas tecnologías aplicadas al terreno de la psiquiatría van, muy lentamente, descifrando los códigos de funcionamiento de nuestra mente. El cerebro ha dejado de ser el gran desconocido y se van abriendo ventanas que permiten su observación y comprensión. Hace algunos años, en el Reino Unido, un grupo de psiquiatras estudió el cerebro de una docena de delincuentes entre los que había psicópatas acusados de asesinatos y otros delitos. Durante el experimento, a través de resonancias magnéticas que visualizaban la actividad cerebral, constataron que los psicópatas asesinos no respondían como el resto a los mismos estímulos, a la gratificación y al castigo. La psicopatía criminal implica disfunciones cognitivas, afectivas e interpersonales severas y su grado de reincidencia es muy elevado.
Nuestro código penal y nuestro sistema penitenciario se orientan a la reeducación y la reinserción social de los delincuentes. Un modelo que, en no pocas ocasiones, se ha evidenciado trágicamente equivocado (como en el reciente asesinato de Laura Luelmo). Ayer, Ana Julia Quezada, asesina del niño Gabriel Cruz, se convirtió en la primera mujer en España condenada a la prisión permanente revisable por el asesinato con alevosía del menor. Una condena que la mantendrá un mínimo de 25 años entre rejas. El relato de la acontecido aquellos terribles días dibuja el perfil psiquiátrico de una sociópata de extraordinaria crueldad, manipuladora y en la que se observa una ausencia total de remordimiento.
El Tribunal Constitucional todavía tiene que pronunciarse sobre la prisión permanente porque el ‘buenismo patrio’ ha decidido que vulnera los derechos fundamentales. Los perfiles psiquiátricos de aquellos ya condenados por este tipo penal en España son un escaparate del horror: por ejemplo, David Oubel, que asesinó a sus dos hijas de nueve y cuatro años con una radial; o Patrick Nogueira que asesinó a cuatro personas, incluidos dos sobrinos, mientras retransmitía a un amigo en tono jocoso la desesperación de los pequeños. La puesta en libertad de estos sujetos sí supondría una grave vulneración de los derechos fundamentales de toda la sociedad y, muy especialmente, de aquellos forzados a convivir y relacionarse con estos monstruos sin saberlo. El mal no es reinsertable y, quien piense lo contrario, debería sumarse a una bolsa de voluntarios para acoger y reeducar en su entorno familiar a estas bestias.
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