PP, abrazo del oso y razón de Estado
Ya se han puesto en marcha todos los desvergonzados del país, que son muchos y que, como los tontos, no caben ni siquiera en la meseta castellana, para recaer sobre las espaldas del Partido Popular y particularmente sobre las de su presidente Núñez Feijóo, la responsabilidad de comportarse como un líder «de Estado» y favorecer así el ascenso de Salvador Illa a la Presidencia de la Generalidad. El caso no es nuevo; recuerdo uno históricamente significativo.
En 1996, tras la corta victoria de Aznar en las elecciones generales en las que batió a Felipe González, la maquinaria del enredo que entonces engrasaba, como nadie, el grupo Prisa desde sus acorazados El País y la SER, urdió una masiva campaña de intoxicación general, armas de destrucción masiva también, para que el ganador de los comicios cediera la primogenitura a Alberto Ruiz Gallardón que, a la sazón, pasaba por aparecer como el progre del Partido Popular y amigo de la Casa Nostra. En algún editorial de aquel diario se llegó a exigir -literalmente- a Aznar que abdicara en función de la «imprescindible gobernabilidad de la Nación». No citaré más casos parecidos, pero los ha habido y es curioso (lo escribo como advertencia) siempre han afectado al centroderecha español, no la izquierda, que -ya se sabe- tiene bula para encaramarse al poder con quien sea, incluidos independentistas feroces y asesinos.
Pues bien: ya estamos asistiendo a un nuevo episodio parigual. Los desvergonzados de la zurda y sus asimilados a los que de pronto les ha entrado una desmesurada afección por la llamada «razón de Estado», han comenzado a articular miles de martingalas destinadas todas a que el Partido Popular se invista de responsabilidad histórica y deje que llegue a la Plaza de Sant Jordi (santo, que según decía en su tiempo Pujol, nunca existió) el tristísimo Illa, un individuo con extremada capacidad de producir sopor en cualquiera que le escuche. Se argumenta lo que es claro: que ha ganado las elecciones, pero a continuación se reviste con éste dos argumentos: el primero, que el PP, Feijóo más bien, siempre ha sostenido que debe gobernar quien ha ganado; el segundo, que Illa y su PSC (o sea, la franquicia de Sánchez en Cataluña) es el único destinado a parar definitivamente el malhadado procés.
El primero de los guiones tendría algún empaque racional si no fuera por este pequeño detalle: Illa y todo lo que representa han sido y son cómplices de los barreneros del Estado español, de España en suma. ¿Cómo dar puñales a los navajeros? El segundo es literalmente mentira: ¿o es que el dúo Sánchez-Illa va a cargarse el tal procés retirando de la circulación la inconstitucional Ley de Amnistía? ¿A qué no? Pues entonces de qué estamos hablando.
Sucede, sin embargo, que este PP de ahora mismo, en consonancia con su sempiterna tradición, es perito en arrearse coces en su propio tafanario y, a los tres días de su esplendoroso ascenso en el Principado, ya han empezado algunos espontáneos a enredarse con la madeja de si realmente el procés se ha terminado o sigue vigente. Ese lío, junto al otro recurrente de si es posible el entendimiento con los supuestos herederos de Jordi Pujol y Roca, es naturalmente aprovechado por la fábrica de escoria política que dirige Sánchez en la Moncloa, y realmente ya en España no se habla de otra cosa que no sea los dichos y contradichos del PP, incluso se subrayan adecuadamente en los medios tibiamente afines.
Pues bien: hay que hacérselo mirar. Cuando la derecha sestea, el enemigo, que no es rival, es directamente enemigo, despedaza. Como Jack el descuartizador. Tiende a diario trampas del peor jaez en la certeza de que siempre habrá algún paleto que caerá en ellas. En este momento el objetivo es éste: presentar al PP o como una cuadrilla de pequeños vaqueros que sólo conquista pequeños (elecciones) pueblecitos, o de grandes líderes de Estado que miran generosamente por el bien de la Patria. Un dilema arrabalero. Como el propio Sánchez.
Por eso, y desde luego porque la izquierda ni tiene principios, ni fundamentos, ni vergüenza o decencia torera, siempre vence en la lidia de la comunicación. Ahora nos vamos a pasar días especulando sobre si, de verdad, Illa necesita del «auxilio de Estado» del PP para no caer en los brazos del secesionismo brutal. La campaña se ha inaugurado sólo diez días antes de que se inicie la electoral europea. Un hipotético resbalón en este sentido sólo podría asimilarse con aquel de las vísperas del 23 de julio, cuando se confiaron ensueños a una quincena de plumillas ávidos de titulares rápidos. Es el abrazo de oso propiciado por los golfos que quieren esgrimir la razón de Estado.
Ya comprobarán cómo en el próximo sondeo embustero que manipule el forajido de la Sociología José Félix Tezanos, se incluirá una pregunta similar a esta: «¿Debe el Partido Popular apoyar la investidura de Salvador Illa para terminar con el procés independentista?», lo cual valdrá para que todos medios a cargo de Sánchez carguen, valga la forzada redundancia, sobre el particular.
Los cronistas no estamos para dar consejos, pero sí para avisar de las artimañas que colocan en el ruedo ibérico los truhanes de la Moncloa, entre las cuales figura la especie de que no, que las elecciones europeas no están ganadas por el PP, que hay, que puede haber, un empate. Transmiten esta ingeniosidad para generosamente alentar –dicen– que las gentes no se vayan a la playa el 9 de junio y voten como un solo hombre, pero la verdad es otra: este ardid desmoviliza al elector, un paisano ya ausente de la política nacional que ya cambia de canal cuando aparece Sánchez en los televisores. Está desmotivado. De manera que ¡ojo con dejarse asfixiar por el oso y deslumbrarse por los pregoneros de la razón de Estado! Son los mismos que quieren ver al PP en la oposición per saecula saeculorum. Amén.
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