Opinión

Las plagas sanchistas

Esta semana, la política nacional vuelve al primer plano de la actualidad informativa tras las vacaciones estivales gubernamentales. Ha sido un breve paréntesis aprovechado por el Gobierno para salir a coro a interpretar la partitura dedicada no precisamente a tender puentes con la oposición ante un otoño que se anuncia incómodo y que, precisamente por eso, requería propiciar un diálogo más necesario que nunca con ellos. En lugar de eso, ha resultado decepcionante ver a una docena de integrantes del Consejo de Ministros salir con cadencia ensayada a entonar la descalificación y diatriba que a cada uno de los cantores se le habría asignado por el director de la polifónica coral. Ejercer de «oposición a la oposición» no parece ser el papel que la Constitución le encomienda al Gobierno de la Nación, que tendría que velar por el bien común de España y el interés general de los españoles. Pero «esto es lo que hay», que diría el personal.

Una evidencia que se refleja con la frialdad y concreción de las cifras macroeconómicas, y no sólo ahora. Es que estamos viviendo unos tiempos plagados de calamidades sucesivas, que generan incertidumbres y preocupantes escenarios. A las habituales del paro, inflación, afiliación a la Seguridad Social, evolución del PIB…, que no invitan precisamente al optimismo, se añaden en estos tiempos recios las correspondientes a las desgracias públicas padecidas, materializadas en forma de víctimas de la pandemia, directas e indirectas, con el aumento exponencial del número de suicidios por los confinamientos y efectos colaterales de tanta adversidad continua.

Con tantos sucesos adversos, la sensación de estar padeciendo una suerte de maldición cuasi bíblica no escasea ni sorprende, concitándose la principal causa de tanto mal en la persona de Pedro Sánchez. De hecho, el banderazo de comienzo de las plagas parece haber sido la formación de su Gobierno de coalición -el primero en el actual régimen constitucional de 1978- con Podemos, constituido en enero de 2020 tras su investidura presidencial por el Congreso con mayoría simple de dos votos, la menor obtenida hasta el momento por los presidentes del Gobierno, y además gracias a la abstención de Bildu y ERC.

Es cierto que la pandemia no es de su exclusiva ni principal responsabilidad, pero no es menos cierto que el foco de ignición de esta epidemia en España fue su personal llamamiento a asistir a las manifestaciones del 8-M apenas dos meses después de su investidura, con la mitad de los miembros de su Gobierno de protagonistas en las cabeceras de las mismas. Después de eso se produciría el primer -inconstitucional- confinamiento, decretado esa misma semana.

Por su parte, Filomena vino exactamente en enero de 2021, un año después de su investidura, como si también quisiera sumarse a las conmemoraciones del primer aniversario triunfal del sanchismo. Para no quedarse atrás en las expresiones de adhesión de las diversas fuerzas de la naturaleza, el volcán Cumbre Vieja dormido desde décadas atrás, quiso igualmente hacer acto de presencia nueve meses después. No consta que Sánchez estuviera en la firma del estratégico pacto entre Putin y Xi Jinping previo a la «operación militar limitada» desencadenada a continuación en Ucrania, pero las consecuencias parecen afectarnos con especial crudeza en las cifras de la inflación en general, y en los precios y problemas del suministro energético en particular. Quizás sea porque Putin quiera cobrarse la factura de haber sido después anfitriones de la Cumbre de la OTAN, con Sánchez ejerciendo de maestro de ceremonias atlantistas. Y para añadir más leña al fuego -y nunca mejor dicho-, este verano canicular los incendios están siendo noticia continuada, con un saldo de decenas de miles de hectáreas calcinadas, que Sánchez ha atribuido con llamativa convicción al cambio climático que, además de «generar esta ola de calor, mata».

Sea como fuere, lo cierto es que o Pedro Sánchez es un auténtico gafe, o la Providencia ha decidido enviarnos unas plagas como castigo para nuestra purificación. En cualquiera de los dos supuestos, lo que sí parece fuera de toda duda razonable es que él sería la primera y más importante «plaga egipcia» de las que padecemos desde enero de 2020.