Un nuevo tiempo para una vieja izquierda
El éxito de VOX en las pasadas elecciones andaluzas no sólo ha supuesto un aldabonazo a la política española y a su clase dirigente en particular, sino que nos ha mostrado una vez más y bien a las claras el verdadero carácter, la verdadera “faz democrática” de la izquierda. La izquierda toma la calle para no perder un poder corrupto ocupado durante cerca de cuarenta años. Ganar en la calle lo que se perdió en las urnas. La palabrería progre que de forma perenne se manifiesta mediante falacias y que todavía hoy cautiva de forma inmisericorde al lumpen de la ignorancia. La historia sirve en muchos casos para certificar lo evidente. Porque hoy ya en España, el dogmatismo que supura la “memoria histórica” empieza a ser cuestionado.
Ese plan de venganza y revancha que pretende olvidar y olvida a unos mientras sólo se trata de recordar y se recuerda a otros, ha quedado en entredicho, sobre todo porque quienes fueron verdaderos protagonistas, de uno y otro bando, se abrazaron hace muchas décadas. La ciudadanía comienza a atisbar que quienes pretenden obligar a “pensar” y a “recordar” manipulando las más íntimas experiencias vividas por el individuo, su verdadera historia, no han hecho más que adulterar nuestro tiempo reciente, nuestra evocación más profunda y personal, restaurando un pasado pervertido con supuestos hechos nuevos de viciada historia con la consiguiente categorización entre “buenos” y por lo tanto demócratas y “malos” o añorantes de la dictadura.
Porque muchos españoles y españolas consideran que hombres y mujeres son iguales ante idénticos hechos y que sobre premisas discutibles y chiringuitos cortijeros, no es aceptable que se otorgue a un sexo unas condiciones jurídicas superiores a los del otro, asestando una mortal puñalada al principio de igualdad y de presunción de inocencia. Y frente a la lógica de la razón y la justicia, se coteja y replica mediante griterío y agresión. Porque no nos engañemos, ya no engañan. La violencia no tiene género por mucho que reclamen contra una vil crueldad cuyo mayor castigo sería la prisión permanente, castigo que abominan por “fascista”, mientras la practican reclamando el derecho al aborto libre, el acto más violento y más injusto cometido contra el más exánime e indefenso. Es la táctica marxista, que aplica la lucha de clases a las relaciones entre el hombre y la mujer con el único objetivo de demonizar al varón.
La nueva España es ya incrédula ante esta izquierda carcomida y sus falsos “derechos sociales”. Frente a la lógica individual y privada, innata a todo ser humano, se opone una visión grupal y homogénea de derechos desde la tensión, la confrontación y siempre la contradicción. Porque la sociedad empieza a observar como son incontables las incoherencias de esta izquierda, teniendo como tendón de Aquiles su afán por el control total, que históricamente ha traído racionamiento, escasez y hambre. Ya empieza a conocer la ciudadanía a esta izquierda de micrófono y buen vivir, aferrada a principios dogmáticos bajo los cuales han conducido a una irremisible penuria.
Es un odio inoculado desde más allá de los tiempos del cual destila la revancha como síntoma más evidente. Sin darse cuenta de que se trata de un odio que les impide evolucionar hacia lo positivo, hacia lo humano, pues como hidra tiene atada la libertad, hidra llena de resentimiento bajo el único objetivo, si pierden el poder, de buscar la hostilidad y el enfrentamiento. Es señal de debilidad, de esa endeblez que se adquiere cuando es vacío y yermo lo que se promete. Porque como bien dijo Alphonse Daudet, escritor francés: “El odio es la cólera de los débiles”.
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