No es un antiliberal, no es un iliberal, es un liberticida
Los anunciados asesinatos a la libertad pregonados por Sánchez no son de industria propia, son viejunos como su odio aberrante a la derecha. El mejor periodista y pensador francés del siglo XX, Jean-François Revel, dejó escrito un librito monumental, El Estado megalómano, en el que recogía las mil y una fechorías del socialismo galo para matar no ya la libertad, dicha genéricamente, sino de forma muy concreta la de expresión, la de Prensa en definitiva. Adosaba a esta denuncia las justificaciones de aquellos forajidos de Mitterrand para emprender sus crímenes antidemocráticos. Una de estas argucias, hoy tan de moda en nuestra España, rezaba así: «Existe una coalición casi universal de los medios de comunicación manipulados directa o indirectamente por el capital y su ideología».
Seguro que leyendo estos días todo lo malo que dicen de él, de Sánchez los periódicos extranjeros (el último, el Times, que le pone esencialmente a parir) suscribiría la abyecta denuncia de sus correligionarios. Los corresponsales extranjeros en España, en su mayoría, no salen de su asombro; quédense con esta aseveración casi unánime: «No entendemos cómo su entorno no le para los pies». No lo harán; son sus muleros.
Lo perverso para este individuo es que no sólo los socialistas de un antaño más o menos cercano, sino los fascistas puros de Mussolini o los nazis del criminal Hitler, pensaban lo mismo: los primeros se inventaron el Stile Novecento para acrisolar sus ataques a la disidencia escrita, los periódicos, casi recién salidos del ingenio de Marconi; los segundos pusieron en marcha el abordaje del Entarte Kunst, la abolición textual del «arte degenerado» que sirvió a estos matarifes de la libertad para dictaminar qué tipo de expresión artística o literaria se ajustaba a los dictámenes del Führer.
Mussolini hizo gritar a sus hordas «¡No a las radios!», y este tipo de aquí ha ordenado a las suyas que la emprendan con lo que él llama «pseudoperiódicos», o sea, los digitales que, como el presente, han decidido desde su fundación respirar con autonomía, servir sólo a la verdad. Pero la empresa criminal anunciada por este depravado sujeto no va a acopiar el éxito del que presume ufanamente.
En nuestro caso, no hay que pavonear de la prensa como «Cuarto Poder», porque su entronización tiene en su biografía tantos resbalones como victorias. Si alguien lo duda, y lo tiene a mano, que relea la novela, no tan novela, creo, de Jeffrey Archer titulada precisamente El Cuarto Poder; ahí se relata en lo poco que se asemeja esta calificación a la realidad de la actividad social. Pero, volvamos al caso, que diría José María Pemán, ese sensacional escritor español al que la izquierda, por despojar su historia, le ha despojado hasta de una calle en Cádiz. ¿Cómo, con qué armas -se pregunta el gentío- puede arremeter Sánchez contra la Prensa libre, papel, digital, radios, televisión e Internet? Pues asediándola.
Cada uno que exponga su biografía personal, pero este cronista puede recordar cómo el antecesor de Sánchez, Zapatero, consiguió de la principal editora del país que La gran revancha, libro que narraba el enorme embuste del abuelo fusilado por los nacionales, fuera retirado absolutamente del mercado en pleno éxito. Así lo acordaron Zapatero, los catalanes y el Príncipe de las tinieblas que va presentándose por ahí como adalid de la independencia de la Prensa. Lo que propone Sánchez es aún menos delicado: se trata de un asalto directo a cualquier publicación que se le ponga por delante. Es una fórmula, en fin, que hace suyo un antiguo adagio de estirpe claramente leninista: «El mejor medio de confiscar el poder es confiscar los medios». Así, sin despeinarse.
Ahora lo que se se lleva es ridiculizar lo publicado, los «recortes» de los que habla Sánchez y proclaman lanarmente sus paniaguados. No es casual esta maniobra porque lo que lleva implícita es la intención de restar importancia y verdad a lo incluido en los periódicos. Curiosamente, la Fiscalía del Estado no hace siquiera dos años se pronunció a favor de considerar estos «recortes» como pruebas en cualquier procedimiento judicial. En este momento, García Ortiz, el fiscal general del Estado, uno de los principales costaleros de Sánchez, está callado como un difunto, pero no tardará, ya se verá, y en breve se contradirá a sí mismo y, de acuerdo con las órdenes recibidas de Moncloa, desproveerá a ésta pruebas de trascendencia judicial.
Los fiscales del Reino, en su mayoría, están que trinan porque, encima, se sospechan que Sánchez y sus mariachis de la autocracia les exigirán mansedumbre y, en consecuencia, su activación como sujetos imprescindibles para la persecución y ejecución de los medios. Uno de estos profesionales del Supremo le confesaba penosamente esto al cronista: «No todos entre nosotros nos resistiremos a esta injerencia inadmisible».
Sobre la actualidad de la Justicia escribió cientos de veces nuestra amiga periodista Victoria Prego. No paró de denunciar el ataque desaforado del sanchismo. Hermana de un enorme jurista, hija también de un abogado crucial en su vida, Victoria Prego, cronista de la Transición, fue la mujer que, por dos veces, alzó en dos manifestaciones la voz, primero contra los golpistas del 81, y después contra los asesinos de ETA. Hablaba Victoria y no paraba de la destrucción de España articulada por el dúo Sánchez-Puigdemont. Llegó a escribir esto: «Puigdemont (sobre Sánchez) es un poema de humillación institucional y de sometimiento personal a los dictados de un prófugo de la la Justicia».
Prego, que fue presidenta de la Asociación de la Prensa, seguro que no se habría quedado de pluma caída al leer la reprimenda intolerable a la libertad apadrinada por cientos de periodistas abonados al sanchismo. ¿Cómo apoyar a un liberticida? Todo lo contrario: a por él; él va contra nosotros; y nosotros, en la práctica más rotunda de la democracia liberal, vamos a por él. No nos cabe más remedio. Contra Sánchez, resistencia y liberación, esas son nuestras consignas en una hora en que España está a punto de engordar la nómina de las dictaduras más repulsivas del Universo, todas apadrinadas por este liberticida.
Ánimo para todos. Afrontamos el peor episodio de nuestra historia desde la restauración de la democracia, pero para terminar podemos utilizar una admonición optimista pero exigente de Jorge Cafrune: «Qué lindo haber vivido para poder contarlo». Aunque sea duro y peligroso el reto del liberticida. Es nuestra obligación patriótica y profesional hacer frente a este psicópata. Victoria Prego se nos ha ido, nos queda su insobornable legado.
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