Lo que realmente cambiará España en pocos años
Justo al mismo tiempo que hemos conocido el descenso histórico de la natalidad en España durante el primer semestre del presente año, el Gobierno ha hecho pública su intención de regularizar en la ciudadanía española a más de un millón largo de inmigrantes. Quizá sea casualidad la coincidencia de ambas noticias; quizá, no. En cualquier caso, un sesudo estudio realizado por una universidad española, a partir de datos oficiales, viene a confirmar el “invierno demográfico” severo que padece España. Nacen menos niños que en 1941 en los años más duros de la postguerra, que ya es decir.
El dato confirma los peores temores respecto al envejecimiento de la población, del que se viene alertando desde todas las instancias. En pocos años, en efecto, la España que hemos conocido será irreconocible. La vertiente económica es una de sus conclusiones, pero también la social y la histórica.
He oído y leído muchas derivas a propósito del tema. Muchos argumentos acerca del porqué. No hay un solo argumento para explicar este panorama que acabará convirtiendo el país en un inmenso geriátrico. Hay explicaciones económicas (lo caro que resulta criar niños en la sociedad que nos embarga). Argumentos sociológicos respecto a la ausencia de valores que antaño eran la base de las familias numerosas. Argumentos de tipo religioso, si se quiere. Todas a ellas han conducido a la nación española a un callejón sin salida.
En países de nuestro entorno que han sufrido (o sufren) el mismo problema, Francia, sin ir más lejos, se establecieron hace tiempo planes serios a medio y largo plazo para incentivar la natalidad. Aquí, no. Cierto es que se han aprobado normas que ayuden a la conciliación, pero están fracasando o, al menos, no son suficientes para alentar a las nuevas generaciones a ser padres.
No es un asunto baladí. Mientras tan aficionados somos a perder el tiempo en debates estériles nos olvidamos de las bases de la sociedad. La natalidad es una de ellas. Luego vendrían temas de gran calado para el futuro de las nuevas generaciones: el agua, la energía, una educación seria y exigente con la que puedan acudir con ventaja nuestros jóvenes en un mundo abierto y esencialmente competitivo.
Entre la orgía de leyes u otras normas a las que nos tiene acostumbrado el actual Gobierno –tampoco los anteriores hicieron nada-, entre ellas, el bienestar animal (¿quién no va a estar de acuerdo sobre bases de sensatez?), tampoco estaría de más que los miles de asesores que pagamos pensaran un poco sobre cómo afrontar ese invierno demográfico que puede ser más letal que todos los tsunamis juntos.
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