El muñeco del régimen
El artículo 20 de la Constitución Española reconoce y protege el derecho a la libertad de expresión. Es, todavía, un pequeño oasis jurídico dentro de la isla liberticida en la que el Gobierno está convirtiendo la interpretación de las leyes en España. Dentro de poco, criticar al PSOE será delito. Y si además nos da por cuestionar a Sánchez, haga lo que haga en su jardín de autocracia, la pena impuesta será la cadena perpetua no revisable. Denle tiempo al régimen, que todavía puede hacer girar la rueda totalitaria un poquito más. Los grados de la calefacción no se notan cuando ya has pasado el límite que te aleja del frío y eso provoca un sopor de aceptación social que impide cualquier protesta con un mínimo de legitimidad. Toda política de indignación comienza alterando el lenguaje que la provoca, donde el agresor será víctima, la libertad, esclavitud y la crítica, odio.
Han hiperbolizado tanto el contexto político y polarizado en extremo el debate público que la mínima fruslería la convierten en el hecho más grave vivido por nuestra democracia. Uno escucha a la izquierda hiperventilada abanicarse el lloriqueo que le provoca el apaleamiento de un muñeco con la cara del presidente del Gobierno, que cualquier repaso a la hemeroteca deja con las vergüenzas al aire a cualquier portavoz del zurderío criticón. Lo siguiente en condenarse serán las Fallas, donde todo ninot con la figura de su Sanchidad será prohibida para, acto seguido, vigilar las letrillas de comparsas y chirigotas, ya que reírse de Sánchez será un delito de odio tipificado y la Fiscalía, mandada a actuar de inmediato.
Se empieza a entender esa obsesión por sacar a Franco a paseo retórico en cada intervención de la izquierda política y mediática. Esa enfermiza idea de perseguir al discrepante, señalar al que no informa como el gobierno quiere, atizar y luego hacerse la víctima, buscar enemigos por doquier y alterar la realidad en beneficio de intereses personalistas, posee un tufo franquista que el gobierno social comunista replica con fruición cada día. Mientras Yolanda Díaz vive en el mundo feliz de Huxley, Sánchez y su corte palmera representan con fidedigna exactitud lo que Orwell reprodujo en sus páginas sobre el totalitarismo que venía.
Hay que reconocer que la progresía ha entendido mejor el tablero en el que se juega ahora la batalla de las ideas y el relato de las mismas. La historia es una ciencia particular de reescritura continua, donde, por ejemplo, los magnicidios políticos de la historia contemporánea en España los protagoniza siempre la izquierda -Cánovas, Canalejas, Dato, Calvo Sotelo fueron políticos de ideología liberal conservadora asesinados por anarquistas y socialistas- pero la culpabilidad de cualquier alteración social o descontento institucional es culpa y responsabilidad de la derecha. Lo grave no es dar un golpe de Estado, arruinar a los ciudadanos o asaltar las instituciones públicas de manera inmoral y corrupta, no, lo intolerable es atizar una piñata de feria, máxima evidencia del nivel democrático del Gobierno y de la enfermedad incurable de quienes lo votan y jalean.
Sin duda, como ya ha quedado demostrado, el líder del PSOE es un tipo al que la historia sólo le sirve si puede usarla como instrumento de exaltación, forzando su realidad hasta someterla a sus particulares y peligrosos designios. Hacer historia, para un autócrata como él, es que los libros hablen de su figura y que las estanterías se llenen con su rostro, sin importar que abunden menos las hagiografías lozanas que los ensayos rigurosos sobre su caudillismo. Que se hable de él, aunque no haya hecho nada para merecerlo, es lo que le pone. De ahí que la paliza a un muñeco con su jeta le ponga de los nervios. Como le podría poner a Ceaucescu. O a Franco.
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