Opinión

Malditos sean, malditos sean para siempre

Si hace veinticinco años me hubieran dicho que el PSOE iba a celebrar el vigésimo quinto aniversario de la liberación de José Antonio Ortega Lara y del asesinato de Miguel Ángel Blanco impulsando con los herederos de ETA una ley que representa una aberración democrática no me lo hubiera creído.

Primo Levi describe en Si esto es un hombre, el libro en el que rememora la vida en los campos de exterminio, cómo los nazis les negaban a los prisioneros su condición de seres humanos; las víctimas eran judíos, homosexuales, comunistas…, cualquier cosa menos seres humano. “Puesto que comprender es imposible (equivaldría a justificar el horror) recordar es un deber”.

Esa es la máxima con la que funcionaron siempre los terroristas vascos de ETA; ellos no exterminaban hombres, mujeres o niños; ellos asesinaban policías, concejales o diputados de partidos democráticos, periodistas, profesores… Primero les privaban de su condición de seres humanos y después los asesinaban sin ningún tipo de remordimiento. “Enemigos del pueblo vasco”, éramos todos los españoles que defendíamos la democracia en tierra hostil. Todos candidatos a ser víctimas.

Les pondré un ejemplo, en palabras de un asesino. Hace unos días rescaté una entrevista que en 2001 le hicieron en El País a Kandido Azpiazu, el asesino de Ramón Baglietto (1980), que en 2006 abrió una cristalería en los bajos de la casa en la que vivía Pilar Elías, la viuda de Baglietto, que era entonces concejal del PP en el ayuntamiento de Azkoitia. “No soy un asesino; maté por necesidad histórica…”, “Ese hombre formaba parte del aparato represor, era conocido de Marcelino Oreja…”, decía en la entrevista. Esa es la gentuza con la que gobiernan los socialistas. Despojos humanos. A esa gentuza le ha entregado Sánchez y el PSOE la memoria, el relato de los tiempos del plomo.

En 2003 un grupito de socialistas vascos -entre los que estaban la alcaldesa de Lasarte y el alcalde de Ermua- fuimos a ver a Zapatero, a Ferraz. Estábamos alarmados por la información que nos llegaba de que Eguiguren, en nombre del PSOE, estaba negociando con Otegi, que lo hacía en nombre de ETA. “Dinos si es verdad que estás negociando con ETA… Porque tenemos derecho a decidir por qué arriesgamos la vida… tenemos derecho a decidir si queremos seguir arriesgando nuestra vida mientras tú negocias con ellos…”. Lo negó. Y seguimos arriesgando la vida mientras él, en nuestro nombre, legitimaba a ETA como interlocutor político. Tanto sufrimiento, tanto dolor, tanto miedo, tantas víctimas, tantos excluidos, tantos desterrados… para esto. Para vivir en nuestras propias carnes la traición del PSOE y del Gobierno de España. Traidores a las víctimas, traidores a la democracia, traidores a lo mejor de su propia historia.

Hoy, cuando Sánchez ha escenificado en Ermua el último acto de la traición del PSOE a la democracia, nos corresponde sobreponernos y seguir librando la batalla. Hay razones éticas y también razones prácticas, de apuesta por el futuro, de definición del tipo de sociedad que queremos para que vivan nuestros hijos y nietos. Nuestros nietos tienen derecho a conocer qué es lo que pasó en su tierra; qué hizo cada cual en esos momentos en los que los unos poníamos las víctimas y los otros sólo el odio y la muerte; tienen derecho a saber quién y cómo se luchaba, cómo se sufría, quién y cómo se callaba. Tienen derecho a que los verdugos no reescriban la historia de su país y de sus conciudadanos. Nuestros nietos tienen derecho a saber la verdad: que en Euskadi nunca hubo un conflicto político distinto al que viven todas las sociedades democráticas y que se sustancia por métodos también democráticos; que lo que aquí hubo fue una banda de terroristas que asesinó a 857 inocentes porque les estorbaban para imponer su modelo totalitario de país. Nuestros nietos tienen derecho a saber que ETA no nació para resistir o luchar contra Franco, sino que la primera víctima de ETA se produjo en 1960, cuando la dictadura franquista tenía 24 años de vida y en ese periodo se conocía como la “dictablanda”; y el fulgor asesino de la banda se recrudeció según se aproximaba la muerte de Franco y los españoles preparábamos la construcción de la democracia. Nuestros nietos tienen derecho a saber que ETA asesinó a 46 ciudadanos durante la dictadura franquista y a 811 durante y contra la democracia.

Sí, nuestros nietos y todos los jóvenes -que hoy ya ni siquiera saben qué fue y qué hizo ETA y cuáles son los nombres y las circunstancias de sus víctimas- tienen derecho a conocer la verdad. Tienen la obligación de saber que si ellos viven en un país democrático y miembro de la UE es porque miles de sus conciudadanos arriesgaron su vida para que ETA no consiguiera destruir la democracia. Los niños de hoy, los jóvenes de mañana, necesitan que alguien les cuente lo que ocurrió y no les dé una versión falsa de la historia. Tenemos el deber de hacerles saber que todas las víctimas de ETA lo fueron por lo que eran, no por lo que hacían: ETA los asesinó porque eran nuestros escudos, para amedrentarnos a todos, para que desistiéramos. Por eso no podemos callar, porque nuestro silencio sería el éxito definitivo de ETA.

Tenemos 857 razones para seguir librando la batalla, desenmascarando a los traidores y honrando a los héroes. Eso es lo decente, lo justo, lo digno. Lo mínimo que debemos a las víctimas es recordar sus nombres, su historia, los sueños que les quitaron, la vida que no pudieron cumplir. Ellos, los muertos, no pueden dar testimonio; por eso debemos darlo nosotros.

He ido muchos años a Ermua, a recordar a Miguel Ángel Blanco. Nos concentrábamos en la plaza del pueblo; se encendían velas, se escuchaban testimonios de personas del pueblo, profesores, vecinos… Recuerdo estar una noche sentada en círculo en el suelo de la plaza; un hombre hablando en el centro, explicando al auditorio lo que era el espíritu de rebeldía de Ermua, la necesidad de mantener viva la memoria, la importancia de defender la libertad… A mi lado había un niño de unos diez años; en un momento dado me toca el codo y me dice: «Es mi profesor». Inimaginable hoy que ni los niños, ni los adolescentes, ni los universitarios saben quién fue y qué significó Miguel Ángel Blanco.

Este domingo los traidores del PSOE han celebrado el aniversario de su ejecución y lo han hecho a la sombra y con la coartada del Rey. Y lo han hecho para enterrar definitivamente el espíritu de Ermua. El espíritu democrático que despertó cuando asesinaron a ese joven concejal hace mucho que está muerto; Lizarra primero y los pactos de Zapatero/Sánchez (con la ayuda de Rajoy, que se negó a iniciar un proceso de ilegalización de los testaferros de ETA con los que hoy gobierna Sánchez, pudiendo haberlo hecho, teniendo la obligación moral de hacerlo) lo mataron. Lo único que sigue vivo de todo aquello es una cierta memoria, residual, pero memoria. De los que aún estamos vivos, de los que no queremos renunciar a recordar la verdad, a escribir sobre ello, a señalar a los culpables, a señalar a los cómplices, a señalar a los traidores. Hoy Sánchez fue a Ermua a enterrar la memoria. Al hombre lo mató una banda asesina cuyos herederos políticos son ahora sus socios; él fue a Ermua a matar la memoria, por eso se la ha entregado a los testaferros de los asesinos. Y cuando tomó la palabra Sánchez, el hombre que en nombre del Gobierno y del PSOE acaba de legitimar la historia de terror de ETA, escupió sobre la memoria de las víctimas.

El PSOE con Zapatero primero y con Sánchez después ha firmado las páginas más infames de nuestra historia democrática.

Malditos sean. Malditos sean para siempre.