Opinión

La izquierda ya echa de menos una calle incendiada

  • Graciano Palomo
  • Periodista y escritor con más de 40 años de experiencia. Especializado en la Transición y el centro derecha español. Fui jefe de Información Política en la agencia EFE. Escribo sobre política nacional

No cambian. No evolucionan. Instaladas (os) en sus mamandurrias, están de los nervios ante la eventualidad de que democráticamente tengan que hacer el petate con destino a las oficinas del paro.

A la soflama de la principal aparachik sanchista, la asturiana Adriana Lastra, en la que amenaza con incendiar las calles si los andaluces no les dan la razón el 19J, se han unido otras voces so pretexto de que Vox puede pisar moqueta. Algo realmente increíble, entre otras cosas, porque el Gobierno radical izquierdista es el mejor agente electoral de la muchachada voxística.

En realidad, el fondo político que se puede colegir de lo anterior no es nada nuevo en España, ni siquiera en el que fuera paraíso soviético. Las urnas no están mal si les son favorables; inútiles si les dejan a la intemperie. Lo dijo y lo ejerció Lenin cuando tras la revolución antizarista los bolcheviques quedaron en minoría en la Duma. Se dio un golpe militar y a disfrutar durante sesenta años. Por aquel entonces, en España, habitaba un señor apellidado Largo Caballero y de nombre Francisco -el discípulo leninista por antonomasia por estos lares- que dijo exactamente lo mismo que la señora asturiana, aunque haya pasado casi un siglo y el paraíso de los soviet haya sido enterrado por el mismo pueblo al que llegó a proteger.

Tampoco es algo nuevo en la historia reciente del PSOE. Lo del dóberman se estrelló cuando lo de González&Serra&Almunia y ahora la “gente” -de la que se creen amos en exclusiva- no va a permitir bromas. Esa “gente” de la que tanto presumió en su día Pablo Iglesias, ahora no, les ha tomado el número correcto. En todo caso, serán los sindicatos de “clase” -¿cuándo conoceremos los sueldos de sus mandamases Sordo&Álvarez?- los que tendrán ocasión de salir de la cueva, cosa que no han hecho con tantas objetividades que favorecen extender sus pancartas en las calles y plazas. ¡Quién paga, manda!