El huésped de Mohamed
Decía a este cronista, creo que con razón, un afamado periodista de inclinación nítidamente socialista: «Estoy convencido de que él (Sánchez) está convencido (sic) de que los resultados del 23 de julio le dan para hacer lo que le dé la gana». Pues bien, parece que sí: es curioso cómo de la nomenclatura del propio presidente y de sus ministros ha desaparecido el término «en funciones». Buceen ustedes en los informativos de televisión y radiofónicos, también en los periódicos, y comprobarán que la situación del Gobierno socialcomunista que aún nos aflige no parece ser la de un Ejecutivo en otro trance que no sea el de recibir de nuevo el nihil obstat parlamentario. De esta situación, irregular y por lo menos sorprendente, se aprovecha Sánchez que no sólo se dirige al público en general como vencedor de las elecciones, sino que se larga al vecino Marruecos para gozar de las posesiones, tipo 1.001 noches, de un paniaguado de Mohamed. No sería de extrañar que el monarca alauita fuera socio de su acólito enriquecido por las dádivas del jefe. Está tan ufano Sánchez que, tocado con una gorrilla como la de un chulapo madrileño, se pasea por Marrakech de la mano de su señora y de sus niñas a las que ha venido celosamente ocultado prácticamente desde que nacieron.
Ahora no se recata en exhibirse en plan familia millonaria para gozar de la espléndida hospitalidad de un reino al que ha vendido desaforadamente el porvenir exterior de España.
Y le da lo mismo. Ya ha conseguido acrisolar la especie (¡Madre mía, cómo se emplean en ello sus medios secuestrados¡) de que el auténtico ganador de julio es él, el presidente más trascendental que ha tenido España desde Carlos III. Y se comporta como tal, como un Putin sin pistolas. Ya nadie se pregunta ni siquiera lo fundamental: ¿Qué sabrá de él Mohamed para que le rinda tal pleitesía veraneando en su feudo? ¿Cuál será el pago que habremos hecho todos los españoles para que Sánchez pueda deambular, visera en la testa, desde Marrakech a Tetuán, enclave por cierto de indudable pasado hispano y en el que suele residir con frecuencia el anfitrión del embustero socialista? ¿En qué mentiras, en que turbulencias de traición le habrá cogido el pillo Mohamed? Son preguntas que parecen ya respondidas, a pesar de que nunca han recibido consideración parlamentaria. Si nos pusiéramos serios los españoles -que nos deberíamos poner, pero no lo hacemos- tendríamos que acudir a la Constitución para comprobar si el comportamiento reciente de este individuo con Marruecos no horada los principios de nuestra política exterior y, aún más, la defensa de los intereses españoles a los que que obliga nuestra Norma Suprema. Pero da igual: en este país no pasa nada o, peor aún, lo que tenía que pasar desgraciadamente no ha pasado. Por eso, este sujeto nos provoca como si fuera un agitador autócrata, ya sin disfraz alguno.
Deben ser muy torpes, bastante cenutrios más bien, los que piensan que Sánchez todavía tiene que ganarse el apoyo de la peor escoria parlamentaria del país para repetir en Moncloa. Pero, ¡hombres de Dios o del diablo ¿alguien se cree que se está pegando unas vacaciones de Onassis sin antes haber resuelto que pueda seguir haciendo las mismas cosas en lo sucesivo? Va a perdonar setenta mil millones de euros, que se dice pronto, a Cataluña, va a intentar que las selecciones deportivas de esa región y del País Vasco jueguen la Eurocopa o en el Mundial FIFA o FIBA, va a convertir (eso lo lleva la perdedora insoportable Díaz) el Congreso de los Diputados en una Torre de Babel donde incluso para decir un simple «buenos días» se precise del concurso de un avezado intérprete, le va a regalar El Prat a los secesionistas, está «trabajándose» una eficaz martingala para sustituir el malvado referéndum por una consulta trilera, va a enterrar una Nación supermillonaria bajo un batiburrillo, por encima de lo confederal, porque los socios más estalinistas de Sumar, han descubierto, como analfabetos con navaja en la liga, que España «es un país de países». ¡Será ágrafa la insufrible Díaz!
Ahora los corifeos más entusiastas celebran el viaje privado, señora y niñas incluidas, de Sánchez, como si un presidente del Gobierno recubierto de escoltas mil (él no ahorra nunca en seguridad) pudiera mantener ese carácter personal en cualquier desplazamiento. ¿Quién le paga el sueldo que gana? ¿Quién contribuye a los gastos de teléfono que un día le espió su ahora amigo del alma Mohamed? De viaje privado, nada, de nada. Eso vale para el presidente del Gobierno y también para el rey; personalmente me enerva la reciente costumbre de La Zarzuela de adjetivar como iniciativa privada, sin comunicación o conocimiento público, las estancias de los Reyes en yo qué se qué lugar del Universo Mundo. Eso no ocurría con el denostado Juan Carlos I. Y si esto vale para el jefe de Estado, ¡cómo no va a servir de igual modo para un presidente eventual o en funciones?
Lo cierto es que aquí, en la España actual que sufrimos, hemos violado, hasta dejarla para el tinte, la frontera de la normalidad. Lo que en un régimen liberal resultaría de obligado interés nacional,y, por tanto, de conocimiento general, aquí se sustancia con apenas unas décimas de crítica mesurada del principal partido de la oposición. Aquí ha girado la estrategia internacional de España porque el pillán de Mohamed VI se ha enterado de las vergüenzas y miserias de un tal Sánchez y le ha sometido a una operación de castigo que llega hasta el sardonismo de tenerle como huésped de honor luxury. Está ocurriendo ahora mismo eso y, ocupados como estamos, en la bagatela de constatar si los voceros de Vox pretenden empotrarse en los gobiernos regionales en los que dicen no creer. En esa escuálida situación política nos hallamos. El huésped de Mohamed nos manda encima fotos para que los españoles -hasta el cincuenta por ciento no puede veranear- gocemos con lo bien que se lo está pasando él en el Marruecos más turístico. Aquí tragamos una vez más con un episodio que en cualquiera otra Nación decente estaría causando una auténtica crisis de Estado. Hemos perdido, como decían nuestras abuelas, el sentido de las cosas, lo que traducido al pérfido metalenguaje de este instante podría entenderse por la ausencia de toda dignidad. El 31 por ciento de los electores se la ha entregado a un farsante.
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