La gilipolítica

La gilipolítica

Podemos utiliza la gilipolítica como recurrente cortina de humo. El mismo día que Pablo Iglesias vuelve a defender a sus amigos proetarras y pide que se elimine el delito de enaltecimiento del terrorismo del Código Penal, sus compañeros de partido en el Senado exigen que se prohíba consumir Coca-Cola en la Cámara Alta. La política hecha circo. El circo hecho hábito. El hábito como forma de camuflar la realidad: Podemos es incapaz de desprenderse de sus espurias afinidades, ya sean políticas, económicas o mediáticas. De la misma manera que defienden a los violentos del País Vasco, justifican la dictadura venezolana de Nicolás Maduro y callan sobre el régimen teocrático de Irán. Ideas, dinero y medios para seguir perseverando en la vacuidad de ese populismo que intoxica nuestras instituciones públicas. Flaco favor le hacen a los trabajadores de la marca de refrescos con este tipo de iniciativas pueriles, fuera de momento y de lugar. 

En estos días claves, cuando se negocia el futuro de los Presupuestos Generales del Estado y la crisis de la estiba que tanto dinero cuesta a todos los españoles, los senadores de Podemos no tienen nada mejor que hacer que tratar de imponer a sus compañeros qué beber. El show por el show es inherente a Podemos, que siempre escoge un momento señalado para hacer uso de él. En enero de 2016, con el inicio de la XI Legislatura, Carolina Bescansa incluso llegó a utilizar a su propio hijo para acaparar la atención mediática durante esa primera sesión. El más absurdo todavía llegó dos meses más tarde cuando, con motivo del Día Internacional de la Mujer, propusieron cambiar el nombre del Congreso para que dejara de apellidarse «de los Diputados», ya que lo consideraban un acto de machismo. Disparate tras disparate —también lingüístico— con el que dejan bien a las claras que ni regeneración ni nueva política. Sólo un populismo que, de tan rancio, parece de hace 100 años.

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