Opinión

El «fascismo» en Cataluña

El separatismo catalán, que tiene un alto concepto de sí mismo y se considera – les ruego que no se rían – ejemplo de democracia y tolerancia, se dedica a llamar “fascistas” a todo aquel que discrepe de sus postulados. Pere Aragonés es un aventajado alumno de esta práctica, y su tendencia a insultar a Vox comparándole con los peores movimientos populistas del siglo XX es una constante cada vez que un diputado de la formación verde sube a la tribuna. Por supuesto, ante la mirada complaciente de la presidenta de la cámara, la imputada – no olvidemos nunca este detalle – Laura Borràs, que permite los excesos verbales del president, pero manda callar a la mínima a cualquier diputado de VOX que proteste.

En el pleno de este miércoles el presidente del grupo de Vox en el Parlament, Ignacio Garriga, fue de nuevo despreciado por Pere Aragonés, que debe pensar que los más de doscientos mil catalanes que votaron a Vox son subhumanos y no merecen ningún tipo de consideración. Y ante la enésima comparación del president entre los regímenes totalitarios y las prácticas de VOX, a un diputado de este grupo, Antonio Gallego, se le escapó un “hijo de puta”. Tras el chivatazo del diputado separatista de turno a la siempre fanática Laura Borràs, la presidenta de la cámara paró la sesión y tras someterle a juicio sumarísimo, Gallego pidió disculpas, aunque lamentando la actitud de Aragonés hacia su partido.

Antonio Gallego se equivocó. Básicamente, porque el supremacismo de Esquerra Republicana y Junts, basado en una mezcla de totalitarismo salvaje y victimismo, busca siempre que el adversario político pierda los nervios para someterle a un escarnio. El “hijo de puta” del diputado de VOX fue, sin duda, una reprobable falta de respeto, pero es un hecho menor comparando con los continuos ataques a la democracia que cada día tanto Junts, como ERC y la CUP practican hacia los representantes parlamentarios de los catalanes no separatistas. Sí que hay “fascistas” en Cataluña, pero no son los diputados de VOX, a los que se podrá llamar “conservadores”, “derecha sin complejos” o “derecha dura” si ustedes lo desean. Los “fascistas” son los que, como Pere Aragonés o Laura Borràs, han convertido Cataluña en una democracia en peligro, en la que cada día se violan los derechos cívicos de millones de ciudadanos.

Por ejemplo, en las escuelas catalanas. Centenares de miles de niños hispanohablantes son privados de ser educados en su lengua materna. Y encima, cuando el Tribunal Supremo dicta un mísero 25% de docencia en castellano, los partidos separatistas se ufanan en que desobedecerán esta sentencia y se dedican a aprobar medidas obstruccionistas. Eso sí que es fascismo puro y duro. ¿Más ejemplos de fascismo separatista? El lema “las calles serán siempre nuestras” que ha llevado a que los símbolos de una minoría – las esteladas y los lazos amarillos – hayan ocupado los espacios comunes, como ayuntamientos, centros de cultura o calles, para amedrentar al constitucionalismo diciéndoles “vuestros símbolos no existen, españolazos, solo la estelada merece ser vista en la vía pública”.

Hablemos de la impunidad con la que las bandas de la porra separatista se dedican a practicar escraches contra carpas de Cs, PP, o Vox, sin que, milagrosamente, casi nunca los Mossos d’Esquadra detengan a los agresores. Fascismo del bueno, sin duda alguna. También hay que mencionar los más de 650 cortes que un par de docenas de violentos separatistas han hecho en la avenida Meridiana de Barcelona. Algunos de estos radicales han agredido verbal y físicamente a vecinos, conductores y periodistas. Y los Mossos, más pendientes de proteger a los agresores que a los agredidos. Sin olvidar cómo TV3 se ha convertido en una televisión totalitaria en la que se escucha, impunemente, desde el “puta España”, a insultos a los Borbones o a líderes de partidos no separatistas. ¿Buscan comportamientos “fascistas” en Cataluña? No los busquen en Vox, busquen en los partidos que gobiernan la autonomía.