Opinión

La España que convive

“En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”. Así terminaba aquel primero de abril de 1939 una inhumana Guerra Civil que daría paso a cuatro décadas de dictadura inmisericorde. Palabras aquellas de Franco antesala de un nuevo periodo basado en la ruptura en dos de un país que enfrentó hasta lazos de sangre sin mácula de fanatismo. Cuando reunidos, muerto el dictador, los padres de la Transición decidieron construir una nueva España, basada en un patriotismo constitucional de mejor cuño, donde todos cupieran, y en la que todos convivieran, estaban pensando en algo más allá de la reconciliación. En un proyecto imperecedero donde las reformas constitucionales fueran una obligación del empuje de los tiempos, una adecuación legal al contexto de la calle. Nunca imaginaron nuestros founders modernos que su transversal idea se resquebrajaría por la insolidaridad de los herederos de algunos de los allí presentes. El nacionalismo siempre fue un chantaje actualizado, una ucronía que dibujaba epopeyas para consumo del votante cautivo.

Por aquel entonces, los Roca, Sole Tura y aliados no creían en lo salvífico de una independencia. Hoy, sus continuadores, abrazando la modernidad carca del racismo y la xenofobia, tampoco creen en ella, pero sólo piensan en ella. Porque mientras piensan, dividen y mientras dividen, sobreviven – y muy bien- en esa utopía. El separatismo que sufrimos, como carne que emponzoña toda relación humana de afecto, y apoyado por el golpismo político y militante, alienta esa espiral de confrontación donde todo vale, incluida la agresión sin límite hacia el discrepante. Por su parte, el Gobierno central, mediante su continuada y calculada inacción, y en virtud de los pactos establecidos entre las bambalinas de una moción de censura, pone en jaque la convivencia que la mayoría de españoles esperan y desean de sus representantes públicos, alineándose con quienes llevan registrados el sello de la división y el enfrentamiento.

Por ello es preciso hacer frente a este desafío desde la firme convicción que otorga la defensa de una historia y unos valores. Bajo un prisma centrista, moderado y creyente en aquellos principios que han construido nuestra democracia en este periodo de bienestar conjunto. Hoy, la España que vive a espaldas del odio —la gran mayoría— prefiere respirar de frente a la convivencia, superando juntos estadios de división y espectáculos de bilis. Es preciso reforzar la autoridad de la Justicia en nuestro país, donde jueces y fiscales no sean agredidos en aquellos territorios de la nación en los que ejercen con total independencia y honorabilidad su función. Es también prioritario garantizar los mecanismos de cooperación con nuestros socios europeos en el control de fronteras, así como respetar las legislaciones nacionales y proteger la igualdad de todos los ciudadanos españoles residan en la comunidad que residan.

La España que convive defiende sin complejos la unidad del territorio nacional, en su plural y maravillosa diversidad. La España que convive defiende la aplicación de la ley allá donde ésta no se aplica por quienes deberían ser representantes del Estado pero son golpistas contra el Estado. La España que convive tiende la mano a la concordia y al pacto, a izquierda y derecha, entre familias políticas diferentes, consciente que toda nación debe su futuro a los acuerdos del presente. La España que convive es la de Savater y Serrat, la de Mendoza y Boadella, la que fue de Baroja y Unamuno, de Pla y Dalí. Es la de aquellos que abarrotaron las calles de Barcelona hace menos de un año reclamando seny y firmeza ante el extremismo. Es la que no quiere más casos como el de Lidia, la mujer agredida el pasado sábado por combatir la mentira institucional. La España que convive grita ¡basta ya! de totalitarismo callejero. Y es la que jamás callará ante los guardianes del silencio que todo lo apresa, franquistas sociológicos, amantes de la ruptura que aún quieren seguir en la guerra.