Escritores insoportables

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El pasado domingo, decía Javier Cercas que «un escritor es básicamente un individuo insufrible; algunos, de lejos, dan bien, pero de cerca todos somos para salir corriendo». Mis ojos se clavaron en el papel, pidiendo más de ese veneno. «Los escritores somos muy envidiosos y nos odiamos entre nosotros: todos los escritores hablamos mal de todos, y todos tenemos razón». Me detuve un rato para analizar sus afirmaciones, que, como buen escritor insufrible, vertía categóricamente. Lo primero que pensé es: «Bueno, guapo, habla por ti; y, por cierto, ¿se debe entender por escritor a todo aquél que dice que lo es? – ¡Hasta la show-woman Paz Padilla tiene un best-seller!-«.

Pasado el momento bravucón de amago de escritora insoportable, acepté que tiene mucha razón este veterano columnista, que además escribe desde uno de los diarios que ha presumido históricamente de acoger a los mejores. Hay lógica en sus palabras. Para ser un verdadero escritor tienes que haber leído mucho en tu infancia y juventud, pero de manera natural, no forzada; es decir, te ha debido atraer desde muy pronto ese romance indescriptible que se establece con un buen libro. Esto implica que has preferido ese plan a otros, y esto nos lleva a la idea de que se trata de personas con tendencia a disfrutar de su propia compañía. Éstas son, sin lugar a dudas, las más interesantes y peligrosas. Suelen ser almas libres y se distinguen porque se está muy bien con ellas, a pesar de ese carácter que describe Cercas.

He conocido a muchos escritores de medio pelo, que presumen de poder escribir en cualquier parte. Un escritor necesita silencio y tener la seguridad de que no será interrumpido en el tiempo que está escribiendo, que durará lo que él decida que dure. Cierras la puerta de tu despacho. El grado de concentración va en aumento, es como trepar un árbol. Cuando llegas a la cima, te aislas de todo, a solas con tus pensamientos, que vas tecleando casi de manera inconsciente. Una interrupción supondría la caída al vacío de golpe, tirando por tierra todo el esfuerzo de la escalada, de acomodarte entre las ramas de la cúpula, buscando la sombra, ese buen respaldo y empezar a volar. Una catástrofe difícil de entender si no eres uno de ellos.

Otra cosa muy distinta es el negocio de la literatura, que está lleno de gente encantadora. Decepciona a cualquiera cuando lo conoce un poco. Un distribuidor me lo dijo muy claro: «Para nosotros, los libros son como carne. No hay diferencia alguna, se tratan como productos que tienen que ser vendidos. ¿La calidad? Eso importa a muy pocos, a demasiado pocos». Recordando estas palabras, leer a Cercas y su descripción del verdadero escritor ha sido un alivio. Ésta implica que los verdaderos escritores reconocen a los de su calaña -extraordinaria, no vaya a haber confusión- y es con ellos con los que sacan las espadas para el duelo, porque les divierte, porque ven que hay rival. No creo que se trate de envidia -como él dice- exactamente, es un concepto demasiado humano y burdo. Apuesto más por una admiración que se disfraza de negro para que le sirva a uno de estímulo y desafío: «Mi siguiente texto será mejor».

Este agosto, mi amante intelectual está siendo un fotógrafo alemán, uno de los más importantes de siglo XX. Es él el autor del libro: se trata de una autobiografía. Claro que cabe la posibilidad de que no lo haya escrito exactamente, no todos servimos para todo (yo, por ejemplo, cocino fatal; sin embargo, conduzco maravillosamente, mis copilotos suelen salir del coche con los pelos de punta y los ojos en blanco). El fotógrafo alemán me está desarmando. Puede que sea porque es verano. El libro está muy bien escrito, así que, siguiendo a Cercas, debió ser un ser insoportable; pero me temo que no, que fue un seductor semisalvaje. En cualquier caso, lo que una busca en verano es disfrutar, el delirio de los sentidos. Entre un tostón de escritor reconocido, que además sea insufrible, y la vida libre y anárquica de un artista brillante, lo tengo clarísimo. Finalizo esta columna para preguntar a los que me rodean si soy o no insufrible. Yo creo que sí, pero eso es muy pedante por mi parte. Así saldré de dudas.

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