El ejemplo andaluz
La ley de la conservación de la energía dice que la energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Es decir, que un sistema posee siempre la misma cantidad de energía, salvo que se incremente desde el exterior. Eso es, precisamente, lo que hace el Gobierno socialista cuando informa urbi et orbi sobre el empleo que no genera; transformar lo que destruye mientras maquilla lo que desde el exterior (en este caso, las comunidades) se incrementa. Porque crear funcionarios sin medida -hasta que caes en la cuenta de que se te ha ido tanto la mano que no sabes cuántos hay ni cuántos necesitas- con el objetivo de crear voto cautivo y clase dependiente del Estado no es trabajar a favor del empleo. Si esa fuera la mejor de las acciones, podrían crear todos los puestos de funcionario que quisieran y acabar así con el paro. No lo hacen porque hasta el socialista más iletrado sabe que el dinero no es infinito ni la impresora eterna.
Sin embargo, el Gobierno presume de empleo y vende que su política funciona, en ese maridaje eterno entre propaganda y realidad desvirtuada que resuena en la cámara de eco en la que viven dichosos los serviles de Moncloa y sus activistas mediáticos de argumentario y parné. No extraña, dada la querencia del sanchismo por construir matrix paralelos con los que alimentar a la tropa militante.
Empleo, empleo, empleo, gritan desde Ferraz, impenitentes y crédulos en su doctrina económica, esa que la historia desmerece cuando les define mejor creando pobreza y enorgulleciéndose de ello. El socialismo es la única ideología que después de fabricar la miseria te convence de hacerlo por tu bien. Mientras los ricos de verdad progresan y prosperan en el socialismo impositivo -compruebe el lector el patrimonio de las grandes fortunas cuando el PSOE gobierna- los pobres ingresan la lista de espera de la ayuda prometida, que dura hasta que el dinero de los que producen se acaba. Y créanme, con el socialismo gestionando, siempre se acaba. Y es cuando empieza la verdadera, cruel y real dictadura del subvencionado, esto es, la ruina total.
A los relatores gubernamentales del sanchismo hay que bajarles siempre la persiana de la euforia retórica, tan alimentada como eficaz, sobre todo cuando no hay contraparte política que la desmonte, para que su engañifa no pase por buena cuando no lo es. Los buenos datos de empleo de los que presume la soldadesca de Sánchez no se explican por el buen hacer de Yolanda Díaz, Escrivá o Montero, de probada incompetencia y sumisión eficiente, sino por el ecosistema económico creado en aquellas regiones donde el socialismo no gobierna, y en las que resaltan dos por encima de todas: Madrid y Andalucía. Quedémonos en esta última comunidad, que desde hace cinco años viene demostrando que, cuando el socialismo no mete la mano, el progreso deja de ser un mantra político para convertirse en una realidad social.
Los datos son tan contundentes como ecuánimes. Gracias al trabajo liderado por la consejera de Empleo, Rocío Blanco, Andalucía genera uno de cada tres nuevos puestos de trabajo que se crean en España (el otro lo crea Madrid) liderando con el 40% la bajada de desempleados a nivel nacional. Ello supone batir un récord en cuanto a ocupados se refiere, que se acerca a los tres millones cuatrocientos mil andaluces, la mayor cifra en toda la historia estadística. El cambio en Andalucía era mandar al INEM a los arquitectos del paro y sustituir el parasitismo social y político por una política de coyuntura emprendedora y atractiva para la inversión.
Hasta no hace mucho, anunciar que uno de cada tres parados menos vive en Andalucía era tan falso como ilusorio en el territorio donde el zurderío saqueador mejor experimentó su siniestro campo de esclavitud subsidiada. Desde 2018, Andalucía absorbe inversión y desarrollo con la misma rapidez con la que ha cambiado la economía de la subvención y el sistema de clientela parada por un ecosistema donde la formación profesional y el aprendizaje en competencias y habilidades toma la delantera. Frente a las intenciones de quienes predican, como redentores de la humanidad, el buenismo intrínseco y la maldad factual, se abren paso las evidencias demostrables, tan necesitadas de propaganda como empachadas están las mentiras del sanchismo de ella.
Hay que dejar ya de juzgar a la izquierda por sus intenciones y empezar a hacerlo por sus hechos, los que retratan que nada avanza cuando un socialista toma el mando de la gestión, salvo su propio bolsillo y el de sus allegados. Claro que, si valorásemos a la izquierda por sus acciones, el socialismo creador de miseria, pobreza y sangre no gobernaría nunca. El ejemplo andaluz denota con renglones perfectos que la valentía siempre fue más poderosa que el conformismo.
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