Opinión

La distopía sanchista: Traición a la Patria

Con la jura de la Constitución al acceder a la mayoría de edad, Leonor, la princesa de Asturias, queda formalmente reconocida como sucesora a la Jefatura del Estado. Con este solemne acto se da cumplimiento en términos de estricta normalidad a lo previsto en la Carta Magna. Pero hay que destacar que se trata de una «normalidad» en lo que hace referencia a la Corona, ya que otro es el caso del Gobierno «en funciones», tan «progresista y convivencial» que exactamente sus 26 aliados parlamentarios, indispensables para que siga Sánchez en La Moncloa, boicotean esa solemne ceremonia de las Cortes Generales reunidas en el Palacio del Congreso. Son todas sus 26 Señorías con escaño en el Congreso, además de las que ocupan escaño en el Senado en nombre de ERC, Junts y Bildu, con la siempre agradable compañía de los tan «progresistas» nacionalistas vascos del PNV. Sus Señorías, ya premiadas por anticipado con grupo parlamentario propio, dan fe de lo que es realmente el sanchismo, que pretende seguir recompensando esa reiterada conducta de absoluta deslealtad institucional, nada menos que dándoles el mando del Gobierno de la Nación y amnistiando a los secesionistas catalanes que, ufanos, afirman que no renuncian a nada y que «lo volverán a hacer». En los Códigos de los Estados de Derecho de todo el mundo, una conducta política de estas características está definida de manera rotunda como de «Traición a la Patria», merecedora de un gran reproche penal y moral que, entre nosotros, sólo parece referirse al ámbito castrense, pero con Sánchez deberá ser adecuadamente interpretado.

Lo que está sucediendo ante nuestros ojos resulta inimaginable como algo real y es más propio del guionista de una distopía orwelliana que de una auténtica realidad vivida en pleno siglo XXI y en una nación como España, organizada políticamente en un Estado social y democrático de Derecho perteneciente a la UE. Pero es real, como sabemos, y España está así sometida a las exigencias de un político prófugo que quiere regresar a Cataluña de su exilio dorado en Waterloo gozando de total impunidad, tras burlarse de la Justicia española durante seis años fugándose en el maletero de un coche una vez organizado y ejecutado un golpe de Estado desde la Presidencia de la Generalitat. Y quiere regresar para intentar instalarse en su anterior despacho en el Palau de la Generalitat y «volverlo a hacer». Ni división de poderes, ni igualdad de los españoles ante la ley: lisa y llanamente el espíritu y la letra de la Constitución sometidas a la voluntad de Puigdemont para que acceda a señalar hacia arriba con el dedo pulgar de su mano derecha, y Sánchez pueda seguir durmiendo plácidamente en La Moncloa y viajando en el Falcon durante una temporada más.

Una sociedad que no se respeta a sí misma, no puede pretender ser respetada por un personaje que posee el incontenible deseo de convertirse en un auténtico autócrata con mando en plaza desde La Moncloa. Y así sucede que se atreva a afirmar con absoluto cinismo que hace de «la necesidad (de que España tenga un Gobierno), virtud (de hacerlo en favor de la convivencia)». Todavía hay esperanza, ya que la sociedad española no parece estar adormecida del todo a juzgar por las encuestas, confirmadas por las concentraciones de los últimos días celebradas en Madrid, Málaga y Toledo.

El Comité Federal del Partido Sanchista ya ha acreditado su total sumisión a la voluntad de quien han convertido en su virtual «amo y señor», pero queda todavía un resto de compatriotas no dispuestos a vender su dignidad por ese plato de lentejas.

Sánchez y Yolanda, (ésta con sus 5 díscolos podemitas entre sus 31 plurinacionales comunistas), acompañados de sus 26 progresistas y convivenciales discípulos de Junqueras, Puigdemont, Ortúzar y ante todo de Otegi, son quienes tienen en sus manos la salvaguarda del interés general de España y del bien común de los españoles. Lo dicho: una auténtica distopía hecha realidad.