Cacareo antimonárquico

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Esta semana hemos vuelto a saber lo mismo que venimos conociendo desde hace años y es que la Monarquía no inquieta lo más mínimo a los españoles. Quien lo dice es el CIS, un organismo cuya credibilidad está en serios aprietos, pero principalmente en lo que se refiere a los barómetros electorales. Su radiografía de las grandes preocupaciones de los ciudadanos guarda bastante coherencia con otras encuestas. La conclusión de los últimos datos es que todo el ruido producido contra la jefatura del Estado desde la extrema izquierda de Podemos pasando por los nacionalistas e independentistas, es puro artificio. Cacareo de unos pocos que tratan de crear sombras de sospecha allá donde no existe la mínima oscuridad.

El pueblo español es el mejor aliado activo del que goza el Rey, a pesar de los intentos de aquellos que buscan provocar desde hace años una crisis de convivencia sumiendo a la monarquía en un profundo valle cuando en realidad se encuentra en camino llano y despejado. Ya ocurrió en el último tercio del siglo XIX y en el primero del siglo XX. Los que ahora izan la bandera de comisiones de investigación son lo mismos que se esconden detrás de un cargo instalado en las moquetas mullidas de poder para no rendir cuentas ante la ciudadanía de sus actos y que son incapaces de ofrecer un modelo de convivencia entre españoles mejor que el promovido desde hace casi medio siglo por el Rey Juan Carlos I, continuado posteriormente por Felipe VI.

Precisamente, Felipe VI quien este viernes cumplió su sexto aniversario como monarca, sigue siendo el mástil del espíritu de la Transición de 1978 que alumbró la época de mayor esplendor y prosperidad para España en posiblemente 200 años que algunos, unos pocos, quieren derribar. Si el Rey Juan Carlos I diagnosticó con gran precisión los males que habían aquejado a España en el último siglo e impulsó una política quirúrgica que trajo la reconciliación entre españoles y un modelo estable de estado, Felipe VI es el mejor garante de dicho legado.

La circunspección y prudencia que acompañan al actual jefe del Estado no le han privado de su papel como aglutinador del nexo de unión entre los españoles. Sus intervenciones ante la deriva secesionista, su papel durante la crisis del coronavirus, su rápida reacción tras la apertura de la investigación suiza a su padre y su máximo respeto a las decisiones judiciales han convertido a Felipe VI en el Rey de la clase media española, lo mismo que deseó Joaquín Costa con Alfonso XIII en los preludios del siglo pasado, pero que por las circunstancias de su tiempo no se consiguió.

El republicanismo en España siempre ha sido un velero a la espera de que sople el viento para ponerse en marcha. Encontró sus ráfagas necesarias desde el primer minuto que la Restauración arrancara en España allá por 1874 porque el entorno era propicio (andamiaje caciquil, corrupción política, republicanismo demagógico, anarcosindicalismo…). Todo lo que sobrevino entre aquel año y la proclamación de la mitificada II República fue la erosión del diseño institucional que había sustentado el período y que mantuvo ciertos paralelismos con lo que se hizo cien años después tras el final de la dictadura franquista. La gran diferencia entre ambos períodos fue la casi inexistente conflictividad social en el inicio de la democracia más allá del azote terrorista creado desde una zona concreta del territorio español.

Quienes tratan de abrir una causa general contra la monarquía aprovechando una investigación en Suiza, son los mismos que, o bien nunca condenaron las muertes de ETA, o bien trataron de romper la unidad española desde el independentismo, o bien alientan el enfrentamiento y la confrontación permanente. Son quienes Joaquín Costa definió con acierto como “cinceladores de la niebla, artistas de ruinas y forjadores de hambre”, una especie que sigue viva en España cien años después.

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