Opinión

El asunto de la carne, ejemplo de la hipocresía de nuestros políticos

En algunos de mis artículos anteriores, les he contando que el plan del consenso progre para mitad de siglo (2050) es el inquilino verde: un ciudadano sin casa en propiedad, sin automóvil y sin carne. La polémica vivida la semana pasada con la campaña del Ministro Garzón contra el consumo de carne no es más que parte de ese plan. Un plan que no va a cambiar nada en el mundo y que es tan ridículo como las campañas feministas contra “el fascismo”, a las cuales se les podría decir (con la máxima evangélica “si no amas a tu hermano a quien ves, como vas a amar a Dios, a quien no ves”) que si no combaten al moro al que ven, cómo van a combatir al fascismo al que no ven. En el tema de la contaminación, si no combaten al comunista chino al que ven, que no nos vengan con monstruos contaminadores aquí en España, porque aunque sean, son insignificantes.

Y es que uno de los problemas de todo el relato climatista en Europa es que parten de que un esfuerzo (sobre) humano cambiará el calentamiento global. Pero en lugar de atacar a los principales agentes contaminadores, atacan a los europeos. La realidad es que por más que nos fustiguemos no vamos a mover mucho el contador: o frenan los asiáticos o no habrá grandes cambios. La operación mental que nos sugieren resulta del todo curiosa. Cualquier diría que el consenso progre parte de la lógica de la reparación, tan arraigada en el sentimiento religioso de Europa en general y de nuestra Semana santa en particular. Según la teología católica, el sacrificio de unos pocos buenos puede reparar en el orden sobrenatural el pecado de los malos. Sin embargo, me temo que lo que funciona en el orden sobrenatural no funciona en el natural: por muy veganos reparadores que nos volvamos los europeos, mientras la inmensa mayoría de la población mundial siga a lo suyo, no hay nada que hacer. Y menos aun si estos mismos fustigadores son unos cobardes frente a los grandes contaminadores.

Pero el componente religioso de la campaña no se queda ahí. Tiene su reverso. Y es que no podemos olvidar que en España ha sido durante siglos mayoritaria la religión católica. En ella, el viernes es día de penitencia, y no se debe comer carne. Ahí tienen los ecologistas el día sin carne que postulan. De lo que no se dan cuenta es de que la gente se abstiene por motivos espirituales de calado. Arrasados estos, gracias al combate progre de años contra la religión, han logrado el ser emancipado que querían. Pedir ahora las prácticas de antaño sin las razones de fondo, resulta patético y hasta incoherente.

Una incoherencia que se aprecia en otro aspecto del discurso: esto de la carne lo dice la misma izquierda que lleva años alertando contra la desnutrición y mala alimentación de parte de la población. ¿De verdad que los pobres se exceden en el consumo de carne? (será computando el pollo, porque me temo que el chuletón de Pedro Sánchez y las barbacoas de las fotos del resto de políticos estos días no están al alcance de una parte importante de la población).

Y precisamente en el resto de la casta quisiera fijarme para terminar. Garzón se ha llevado la culpa, pero lo de carne está en el documento de la España 2050. Es una posición asumida por el PSOE. Y la realidad es que el centro-centrado y la derechita cobarde asumen entero el discurso climatista. Venir ahora con grandes alegatos con el chuletón y la barbacoa (alguno olvidó poner a Gerogie Dan de banda sonora de la comedia) mientras el resto del año se sostienen documento y decisiones climatistas radicales resulta como mínimo hipócrita (y un insulto al pobre ciudadano, y al sufrido ganadero).