El apaciguamiento de Sánchez

El apaciguamiento de Sánchez

La Historia está llena de ejemplos de cómo un error de cálculo, una indecisión, tuvieron consecuencias muy negativas, y marcaron la crónica del momento. Hago esta referencia para poner de relieve cómo nunca debió permitirse que Puigdemont pudiera eludir la acción de la Justicia, tras la aplicación del artículo 155 de la CE y su cese como Presidente de la Generalitat. Esa fuga ha posibilitado lo que el separatismo perseguía: la llamada «internacionalización del conflicto».

No es hora, ciertamente, de llorar sobre la leche derramada, pero sí de tomar buena nota para no volver a incurrir nuevamente en errores que después pagamos caro. La política de apaciguamiento tiene su capítulo en la Historia europea encarnada en Chamberlain, Primer Ministro británico. Pretendió evitar la guerra con Hitler pero, como le dijera Churchill: «Podía haber optado por el honor y la guerra. Optó por el deshonor, y tendremos la guerra». Creyó haber apaciguado a la bestia, y simplemente le dio más tiempo para prepararse y asestar mejor el golpe. Aunque equivocado, al menos perseguía el noble objetivo de eludir la contienda.

Eso está pasando aquí y ahora, en Cataluña y la política de Sánchez en relación al separatismo catalán. Ha optado por el pacto, pero ese apaciguamiento se produce ahora, no buscando el bien común de España y los españoles, sino por su bien particular y el de su partido, para sobrevivir políticamente y hacerlo desde el Gobierno de España.

Así fue como se pergeñó la verdadera felonía del actual momento histórico: La moción de censura de 2018. Aquel «bloque de la moción» —como lo bautizara el hoy Vicepresidente Iglesias—, ya hacía presagiar lo peor para España. Es tan grave en sí mismo llegar al Gobierno de la mano de quienes tienen como objetivo político la destrucción de nuestro país, que dos años antes –en 2016— una insurrección de aquel PSOE se lo impidió a su entonces Secretario General, que se vio abocado a la dimisión. Fue un error tan descomunal no haber adoptado entonces las medidas políticas necesarias para evitar que retomara las riendas de su partido, que ahora padecemos todos sus consecuencias: Un Gobierno de colación con la histórica anti-España en su versión 2020: los separatismos de siempre y el comunismo permanente, además de los que nunca se han arrepentido de haber sido la pantalla política del terrorismo vasco.

Ahora es el momento de mirar hacia delante, teniendo clara cuál es la estrategia del separatismo en sus tres versiones —Junqueras, Puigdemont, y la CUP— que, para alcanzar su común objetivo separatista, solo difieren en la táctica. Hemos comprobado ya que los presuntos moderados de la antigua Convergencia han violado gravemente el Pacto Constitucional, habiendo sido activos artífices del mismo, y ahora no saben cómo zafarse de quien Mas colocó junto a la CUP al frente de la Generalitat en enero de 2016.

Artur Mas  —delfín de Pujol y valedor de Puigdemont— quiere ahora volver a reagrupar a sus dispersas huestes sin renunciar al desastre que dejó en herencia, con una Cataluña dividida y rota, en la que los delitos de odio —según la Memoria de la Fiscalía— se han incrementado en un 120% desde el octubre negro de 2017.

Ante este escenario, Sánchez opta por el «diálogo» pero no como Chamberlain, que perseguía la paz —es decir, la reconciliación y la vuelta del separatismo a la senda constitucional de la que nunca debió salir—, sino para comprar su mera supervivencia política. Rufián lo ha expresado con nítida claridad: «La supervivencia del Gobierno dependerá de los avances en la Mesa de negociación». De momento, la fotografía de esa inconstitucional e indigna Mesa, les ha valido la senda del déficit para dos ejercicios y dos años de legislatura.

Eligió Sánchez el deshonor, y nos dejará un conflicto agravado, enquistado e irresoluble a corto y medio plazo, cuando menos. En Cataluña no se puede optar por la convivencia cívica y gratificante de una sociedad plural y democrática. Nos deja solo la opción de una mera coexistencia, que esperemos sea pacífica. Y un nuevo golpe pero, esta vez, en mejores condiciones para ellos.

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