Opinión

¡Un año y un día!

Es al fallecido Alfredo Pérez Rubalcaba a quien corresponderían los derechos de autor, pero está tan extendido el nombre de frankenstein que, en su uso como término político, ya debería estar reconocido por la RAE. Además, en el tiempo transcurrido desde que Pedro Sánchez se convirtió en presidente, se ha enriquecido tanto de matices personales y grupales que ya podemos apuntar para una integración rica y polisémica en el diccionario. Aportamos, ya que están reproducidas en la presente situación política, tres diferentes acepciones:

  1. Gobierno compuesto por dos o más facciones, entre las que existen diferencias en origen, ideología o intereses.

En nuestro actual ejecutivo empezaron siendo dos, la socialista y la podemita, pero ahora ya son tres, al haberse desgajado Yolanda Díaz. El mayoritario equipo socialista, que únicamente funciona como gobierno para meterle la mano a la cartera a los españoles, opera como agradador de Sánchez y como su refuerzo para la carrera electoral, empleándose a fondo en la constante contestación y réplica a la oposición. Especialmente, el grupo de nuevas ministras que ni saben ni quieren saber nada de sus negociados, y que no han tenido ni van a tener ninguna iniciativa, ya sea ejecutiva o legislativa. Estas se las han dejado a las ministr@s Montero y Belarra que continúan imparables en su agenda ideológica; esa que es sólo suya y que quieren dejar plasmada en unas leyes que nadie reclama y que nadie necesita. Yolanda, por su parte, actúa como un radical libre que intenta atraer elementos de otras células para desestabilizarlas; va por ahí, unas veces metiéndose en todo y otras pasando de todo, con el único interés de que se hable de su libro y de que la gente no se olvide que ella, como Isak Dinesen en África, tenía un proyecto. Un proyecto que mucho nos recuerda a aquella canción de Sabina que “terminaba tan triste que nunca se pudo empezar”.

  1. Sistema o entramado de poder formado por diferentes grupos políticos, sociales y económicos que, aun teniendo intereses distintos, y a veces contrapuestos, obtienen beneficios espurios con el mantenimiento del propio entramado.

Es increíble cómo el sanchismo consigue aunar a todos sus stakeholders: casi todos los nacionalistas y regionalistas (y, en concreto, ERC y Bildu como socios preferentes) agregados como una piña en la sección parlamentaria de la coalición; y los más importantes grupos de comunicación y los diferentes actores económicos apoyando desde todos los ámbitos del sistema. ¡Todos a una del privilegio inmerecido y el beneficio inconfesable!

  1. Personaje político que se manifiesta con principios y valores informes, y un ideario confeccionado con retales; que muestra comportamientos erráticos e impredecibles propios de personalidades egocéntricas, sindrómicas o inmaduras.

El presidente se enfunda como un guante la definición y aún refuerza su condición con una puesta en escena torpe y una sastrería a lo Chico Marx que le luce con extremidades gigantescas y con aires y andares desgarbados. Un personaje que, en apariencia, recuerda más al engendro de Gene Wilder en la película de Mel Brooks, pero que aterra en sus desempeños como la ensoñada creación de Mary Shelley.

En definitiva, las tres acepciones del Frankenstein político están contenidas en el sanchismo, al que fuimos arteramente condenados con la moción de censura y cuya sentencia se ratificó el 10 de noviembre de 2019. Es decir, mañana nos quedarán un año y un día para que, con la expiración del mandato a las actuales Cortes Generales, se cumpla la condena.

Se ha manifestado como un error pensar que el sistema implosionaría con tiempo suficiente para que cada uno de los partidos se recompusiera ante sus parroquianos, y para que, en concreto, el PSOE afeara el comportamiento de sus socios (el extremismo de Podemos y la radicalidad de los separatistas) y girara al centro en busca del voto socialista más moderadito que, como se ha visto en Madrid o Andalucía, se le ha estado marchando. Pero, a estas alturas la única opción es mantener al monstruo bien alimentado; por un lado, su renovación será, seguramente, la única posibilidad de conseguir una nueva investidura, y por otro, la voladura del mismo no se podría controlar y, en una pelea interna, podrían dañarse todos, pero especialmente Pedro Sánchez. ¡De ninguna manera puede quedar expuesto al despecho de sus socios! ¿O se imaginan a Rufián o a Otegi, que lo pían todo, detallando cómo han estado chantajeándole?

En este momento, la demoscopia dice que existen posibilidades de vencer al sanchismo e impedir la renovación del frankenstein. Pero una victoria electoral que permita un Gobierno del PP sería sólo el primer paso. Si de verdad se quiere acabar con los efectos del monstruo y que no se nos aparezca, como a la escritora inglesa, en terroríficos sueños, habrá que revocar toda su obra. Desde las concesiones a los separatistas a la Ley de Memoria Democrática, desde la política fiscal a las ruinosas políticas energéticas y la Ley del Cambio Climático, desde la futura ley de bienestar animal a la del sólo sí es sí. Y, por supuesto, empezando con la ley trans, que lamentablemente conseguirán aprobar, aunque ahora anden algunos socialistas intentando que solamente sea absurda y antinatural y no sea también criminal.