Opinión

Una abogacía para el siglo XXI

Los abogados nos dedicamos a brindar asesoramiento jurídico y postular justicia ante los tribunales, y en ese sentido no podemos dejar de considerarnos piedras angulares en el funcionamiento del Estado de Derecho. Tenemos la exigencia esencial de actuar con un elevado sentido ético, y ésta, más allá de nuestra singular pericia, debe ser una de nuestras primeras cualidades. Después de haber consagrado mi vida entera a esta hermosa profesión, de entregarme a la institución de la defensa, de asumir especiales responsabilidades como letrado y como socio-director de las más importantes firmas de España y del mundo, no hay nada que me resulte más ilusionante y estimulante que el ejercicio de volcar toda mi experiencia, de devolverle a mi profesión, a mis compañeros, lo mucho que me han dado: de ahí mi aspiración a convertirme en unos días en Decano del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid.

El Derecho se transforma constantemente, es evolutivo, como la sociedad, y ejercer la abogacía significa asumir una ardua fatiga, al mismo tiempo imprescindible, puesta al servicio de la justicia. Con frecuencia nuestro desempeño tiende a presentarse como una lucha de pasiones, pero nunca podemos olvidar que el Derecho es el mejor instrumento para la convivencia humana, la salvaguarda de la paz social y el amparo de las libertades fundamentales de todos. Creo que nuestra primera obligación es llevar la dignidad colectiva de nuestra propia profesión mediante una conducta guiada por la conciencia recta, irreprochable, sin tacha. Creo en la auténtica vocación de servicio que prestamos a nuestros clientes y, por extensión, a la sociedad civil.

Creo precisamente en nuestra determinante función social, y de ahí que no podamos nunca dejar de calibrar el alcance y los efectos de nuestros dictámenes, de nuestros proyectos, de nuestras decisiones. Y creo firmemente en un Colegio que sea un ámbito de convivencia entre compañeros, abierto, humano, eficaz, plural, útil, solidario, cercano; que sea un órgano de representación fuerte y democrático, y de proyección de nuestros legítimos intereses; que sea un faro que ilumine, y que al mismo tiempo se vea, como garantía de los intereses generales de la sociedad civil y las personas; que sea, en definitiva, una casa exigente y comprometida con la eficacia, con la competencia y con la búsqueda incansable de la excelencia, que es un horizonte que considero irrenunciable en mi vida.

El abogado, en un mundo interconectado e hiperconectado, en una sociedad impulsada y condicionada por el auge de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, no puede permanecer inmóvil o ausente. De ahí la misión transformadora y de cambio en las actitudes y en la acción que pretendo llevar al Colegio de Abogados de Madrid. Estamos convocados a defender la sociedad, sí, pero también hemos de contribuir a su desarrollo, a su organización legal. No podemos renunciar a esa ambición. Como Couture, uno de los procesalistas más influyentes en el Derecho Continental, considero la abogacía de tal manera que, si un día, mi nieto recién nacido me pide consejo sobre su destino, consideraré un honor para mí proponerle que sea abogado. Porque tengo esa profunda convicción. Y por eso toda mi energía, toda mi ilusión y toda mi dedicación están hoy puestas en recuperar para la abogacía su voz en la sociedad civil, y en restaurar su orgullo.