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Antonio Mercero y su compleja relación con Telefónica

Acabamos de despedir al genial director de cine y televisión Antonio Mercero, pero pocos conocen su relación con Telefónica. Una de sus grandes obras maestras fue ‘La Cabina’, un mediometraje de 1972 en el que el actor español José Luis López Vázquez quedaba encerrado en una cabina de la que nadie le ayudaba y, al final, llegaba a un gran depósito lleno de cabinas. Algunas de ellas, con esqueletos humanos en su interior. Esta inquietante obra provocó la indignación entre los directivos de la época de la compañía pública, pues miles de personas afirmaban que no eran capaces de entrar en una cabina. Los que más, ponían un pie para que no se les cerrase la puerta y había muchos que sólo usaban este servicio si alguien les acompañaba.

Hay que recordar que en aquellos momentos eran millones de pesetas los que facturaba Telefónica por este concepto —no había teléfonos móviles y había casas que carecían de teléfono fijo— y formaba parte de los servicios públicos que ofrecía la empresa de capital estatal. Tampoco olvidaban estos directivos que el protagonista de ‘La Cabina’, José Luis López Vázquez, en 1967 había protagonizado junto a la actriz Mary Santpere un anuncio que revolucionó el capitalismo popular. En el mencionado comercial Vázquez dialogaba con una mujer —llamada Matilde— y le trataba de convencer de que acudiera a la oferta de colocación de acciones de Telefónica, al grito de: ¡Matilde, Matilde que he comprado telefónicas!.

Tal fue el éxito de la mencionada colocación que en el argot bursátil a las acciones de la empresa presidida en la actualidad por Álvarez Pallete se les denomina Matildes. Fue la propia compañía la que decidió en 2009 registrar este nombre como forma de referirse a sus títulos cotizados. La campaña duró hasta 1973, lo que hizo que se solapara con la emisión en TVE de la inquietante cabina y que multiplicó por cuatro el capital social de la compañía. Hoy en día, Telefónica está obligada a mantener las cabinas como parte de su pasado. A pesar de que apenas registran una llamada al día —hay 11.000 en toda España— es un negocio deficitario que cuesta unos 5 millones de euros al año. En este 2018, como en tantas otras capitales europeas, se plantea darles otro uso o directamente quitarlas.