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Ésta es la curiosa razón por la que los bares antiguos de Madrid tienen la fachada roja

Madrid tiene esa mezcla perfecta entre lo castizo y lo moderno, entre la cocina que sorprende por lo innovador y la que lleva siglos cocinándose. De hecho, pasear por sus calles es encontrarse con un sinfín de bares, tascas y tabernas donde cada detalle cuenta una historia. Algunas, con sus fachadas brillantes de cristal y metal, representan la nueva ola gastronómica. Pero otras, las más veteranas, siguen presumiendo de sus fachadas pintadas en un rojo profundo que parece resistir al paso del tiempo. Y no son pocas, sino que basta darse una vuelta por el centro de Madrid, o por barrios como el de las Letras para comprobar que todavía hay muchos bares y tabernas cuya fachada es roja, pero ¿por qué son de este color?.

Como se podría esperar, ese color tan característico no es casualidad. Ni una simple cuestión estética. Si uno se detiene frente a locales como Casa Alberto, La Ardosa, Casa Julio o Los Caracoles, verá que comparten esa misma tonalidad rojiza que los hace inconfundibles. Un tono entre vino y óxido que, lejos de responder a una moda, tiene su origen en una época donde no todo el mundo podía leer, y los colores eran un lenguaje por sí mismos. La historia detrás de esas fachadas es, además de curiosa, por lo que si deseas saberla, no te pierdas nada de lo que te contamos a continuación: la razón por la que los bares antiguos tienen (casi) todos la fachada roja.

 La razón por la que los bares antiguos de Madrid tienen la fachada roja

Para entender por qué tantas fachadas de tabernas madrileñas lucen ese rojo tan característico, hay que viajar atrás en el tiempo, hasta el siglo XVII, cuando la capital ya contaba con una densa población. Y no sólo eso, se dice que por aquel entonces Madrid contaba con más de trescientas tabernas… y tan solo una librería. La mayoría de los madrileños eran analfabetos, pero sabían perfectamente disfrutar de una copa de tinto.

Ante esa realidad, los taberneros encontraron una forma ingeniosa de atraer a los clientes: pintar las fachadas del color del vino. No hacían falta letras ni rótulos elaborados; bastaba con ver ese tono burdeos en la madera o en los muros para saber que dentro aguardaban barriles y vasos listos para ser servidos. El color se convirtió así en una especie de código visual, y así saber a ciencia cierta dónde se podía beber.

Entre tradición, vino y pintura

A lo largo del tiempo, muchas de esas tabernas conservaron la tradición. Algunas incluso mantuvieron la misma pintura durante décadas, o la renovaron imitando el tono original. El color vino pasó a ser parte de la identidad visual de estos locales, una huella que los conectaba con su pasado más castizo.

En algunos casos, la pintura original provenía directamente de los pigmentos sobrantes del vino o de mezclas artesanales elaboradas con óxidos y barnices. No existía una norma exacta: cada tabernero improvisaba su propia fórmula. Pero el resultado siempre era reconocible, ese rojo oscuro que aún hoy sigue atrapando la mirada de los curiosos.

Hoy, esos locales son auténticos museos vivientes. Entrar en Casa Alberto, abierta en 1827, es adentrarse en una cápsula del tiempo donde las paredes, los mostradores de madera y los carteles antiguos conviven con el murmullo del presente. En La Ardosa, inaugurada en 1892, la tradición cervecera se mezcla con los recuerdos de generaciones enteras de madrileños. Las dos se mantienen en pie y las podemos visitar en la calle Huertas y en Malasaña respectivamente.

Las tabernas que mantienen el color del vino

Junto a las mencionadas, estas otras tabernas también se pueden visitar y comprobar lo llamativo de su fachada roja, además de aprovechar para tomar una cerveza o algo más.

Y a estas le podemos sumar también, Los Chanquetes (1857), Taberna Mariano, Cervezas La Fábrica o El Papelón, que mantienen viva la tradición con fachadas teñidas de intenso rojo. Pero además, ha generado una especie de tendencia con otros bares que son completamente nuevos, o llevan pocos años, pero que han optado por tener también el rojo presente en su fachada.

Y es que en el fondo, parece que el color del vino en las fachadas no sólo tiene que ver con la bebida, sino que para muchos es algo que va más allá y representa la tertulia, del bullicio y de esa costumbre tan madrileña de hacer el aperitivo. Así, cuando paseamos por  el barrio de Las Letras o por Malasaña y vemos una de esas tabernas pintadas de rojo, entendemos que su color muestra siglos de historia, risas, brindis y conversaciones que todavía resuenan. Una tradición de la que no se habla, pero que todo madrileño reconoce al primer vistazo.