Solo la policía y la prensa transitan en las calles de Bruselas
Hay una Bruselas de altos funcionarios internacionales y otra de belgas convencidos de que el mundo está en paz con ellos. Hoy el terror ha despertado de golpe a esas dos Bruselas.
Sus calles se han quedado desiertas después de que tres explosiones conmocionaran a la ciudad y a Europa entera. Una vez más extremistas han impuesto el silencio en las calles de una ciudad que normalmente bulliría en el ritmo frenético propio de un martes laboral.
Las calles que habitualmente se abarrotarían de gente volviendo a su casa, ahora están tomadas por el cuerpo de policía y largas hileras de fotógrafos que intentan trasladar al mundo lo que sus ojos ven.
María, una malagueña que vive en Bruselas cuenta a OKDIARIO cómo se ha vivido en el barrio de las instituciones europeas este día, donde vive y trabaja. Dada la cercanía con la estación de metro de Maelbeek, lugar escogido por los extremistas yihadistas para explotar una bomba que se ha llevado al menos la vida de 20 personas, las medidas de seguridad han sido extremas en la zona.
La jornada de hoy, cuenta, ha transcurrido entre mensajes de whatsapp y portadas de periódicos. En su trabajo han sido muchos los que nada más enterarse de los atentados han decidido marcharse a su casa.
Una compañera de trabajo de María, nada más conocer los hechos, ha recogido a su hija de la guardería del trabajo y se ha alejado de la zona todo lo que ha podido, por miedo a que los ataques no hubieran cesado.
Sin embargo, todas las personas que no han actuado tan rápido como ella han tenido que quedarse hasta que las medidas de extrema seguridad se han levantado, sobre las 17.00 horas.
Pero con todos los medios de transporte públicos cerrados y la ciudad prácticamente congelada no se adivinaba fácil llegar a casa. Muchos de los trabajadores se han bajado esta mañana en Maelbeck, estación que ahora es un amasijo de hierros y muerte, minutos antes de la masacre.
El compañerismo ha aflorado, cuando han comenzado a llegar correos internos en los que los trabajadores improvisaban una suerte una plataforma de ‘carsharing’ para ayudar a los que habían llegado esa mañana en transporte público. «Salgo a Amberes en cuanto nos dejen salir, tengo dos plazas libres en mi coche para quien las necesite» decía uno de los muchos emails que iban llegando.
Al salir del trabajo, una vez levantadas las medidas de seguridad, María, que vive a pocos minutos andando de su oficina, ha tenido que rodear Maelbeck. El camino a su casa es normalmente un ir y venir de gente y un cúmulo de voces y ruidos atronador. Hoy, la quietud y el silencio se han apropiado del camino a casa, como si se tratara de una ciudad fantasma sin más habitantes que el cuerpo de policía y la prensa.
Un estremecedor silencio solo interrumpido por las sirenas que suenan sin cesar y los helicópteros que sobrevuelan la zona. Las caras tristes de los pocos transeúntes que María se cruza reflejan el estado de ánimo de un país golpeado con crudeza y salvajismo.
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