Irak se prepara para recibir al Papa

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Un comerciante muestra los folletos preparados para la visita del Papa Francisco a Irak. Foto: AFP

El viernes por la mañana, el avión papal aterrizará en Bagdad con unas 150 personas a bordo, la mitad de ellas periodistas. El Papa Francisco viaja a Irak, en el primer desplazamiento de un pontífice a ese país y el undécimo a una nación musulmana que visita en su labor de construir puentes con el islam, un viaje breve de solo cuatro días que reanudará la agencia internacional del líder de la Iglesia católica después de más de un año de confinamiento por la pandemia.

Numerosos equipos de seguridad del Vaticano han sido desplegados en Irak, un escenario de intensas tensiones geopolíticas, para organizar la seguridad. Las comisiones provinciales se han encargado de asegurar el circuito del Papa.

El Papa volverá a tender la mano al islam en este país, una de las cunas de la cristiandad desangrada por las guerras y aún marcada por la irrupción del grupo yihadista Estado Islámico (EI), el Papa Francisco se reunirá -y esto también es una primicia en sí mismo- con la máxima autoridad religiosa de una parte del mundo chií, el Ayatolá Ali Sistani en Nayaf, al sur de Bagdad.

La visita a Nayaf, la ciudad sagrada para los chiíes se producirá el 6 de marzo y el encuentro con Al Sistani será privado, pues la prensa que viaja con Francisco no le acompañará.

Además de ser un pilar importante en las relaciones entre las dos confesiones, reforzadas por los viajes y reuniones de Francisco, el encuentro con Al Sistani ayudará a hacer recobrar la confianza entre musulmanes y cristianos en Irak, resquebrajada tras la invasión de los terroristas del Estado Islámico en 2014.

Aunque el líder chií no recibe a jefes de Estado, no reunirse con Francisco, en la primera visita de un pontífice a Irak, habría tenido una lectura muy negativa en las relaciones con los chiíes, mayoría en Irak y también en Irán.

En Bagdad, la segunda capital más poblada del mundo árabe, con unos 10 millones de habitantes, la emoción sigue siendo palpable. Las campanas de las iglesias se pulen, los carteles de los políticos se retiran y se sustituyen por mensajes de bienvenida al pontífice argentino.

Pero la euforia general y los preparativos son difíciles de olvidar en un contexto explosivo y un viaje con ambiciones desbordantes. No es la primera vez que un papa anhela visitar Irak. Juan Pablo II pretendía acudir como parte de su peregrinación a la cuna de la fe en el año 2000, pero los problemas de seguridad y Saddam Hussein truncaron en el último momento las esperanzas de Juan Pablo II, que pretendía ir allí en peregrinación.

Diecinueve años después, el patriarca de la Iglesia caldea de Irak, Louis Sako, obtuvo del presidente iraquí Barham Saleh una invitación oficial dirigida al Papa para que viniera a «curar» el país de la violencia.

La COVID-19 retrasó el viaje, pero ni el confinamiento impuesto durante la duración de la visita debido a un pico de contaminación, ni el anuncio de que el embajador del Vaticano en Bagdad dio positivo en coronavirus cambiaron el programa. Excepto que el Papa se verá privado de un paseo.

En tres días, el Papa Francisco tiene previsto recorrer más de 1.445 kilómetros por vía aérea, lo que significa concretamente, en un país como Irak, que su helicóptero o su avión sobrevolarán en ocasiones zonas en las que aún se esconden los yihadistas del Estado islámico.

Durante su visita de tres días, el Papa argentino de 84 años visitará a una minoría cristiana diversa, pero cada vez más reducida, en medio de una población de 40 millones de iraquíes que luchan contra 40 años de guerra y crisis económica.

El programa papal es tan ambicioso como histórico este viaje: hasta el lunes visitará una catedral desgarrada por una toma de rehenes en 2010 en Bagdad, la ciudad de Ur, el desierto del sur, Nayaf e iglesias asoladas por el Estado Islámico en Mosul (norte).

En cuanto al famoso «papamóvil», el coche semiabierto en el que el Papa puede pasearse tras los cristales blindados, a priori, no formará parte del viaje.

En todos los lugares del camino se publicaron mensajes de bienvenida y llamamientos a la convivencia. Se han pavimentado carreteras, se han instalado barreras de seguridad y se han llevado a cabo obras de renovación en zonas que nunca habían estado en el programa de visitas oficiales.

La comunidad cristiana de Irak es una de las más antiguas y una de las más diversas, ya que incluye comunidades caldeo-católicas, armenias ortodoxas y protestantes.

Bajo la dictadura de Saddam Hussein (1979-2003), los cristianos eran alrededor de 1,5 millones, el 6% de los iraquíes. Hoy, con un máximo de 400.000 miembros, sólo representan el 1% de la población, según William Warda, de Hammurabi, una ONG local para la defensa de las minorías.

Antes del exilio, la mayoría de los cristianos estaban en la provincia de Nínive, cuya capital es Mosul. Allí, los escaparates y los libros de oraciones aparecen en arameo moderno. En la provincia de Zi Qar, donde el Papa visitará el sábado la antigua Ur, donde según la tradición nació el patriarca Abraham.

Es en esta misma provincia de Zi Qar donde los habitantes, que encabezaron la «Revolución de Octubre» contra el gobierno en 2019, han reanudado sus manifestaciones en las últimas semanas. Seis manifestantes han sido asesinados y la ira de la gente estaba en su punto álgido antes de la visita del Papa, que en el pasado había condenado la represión de la revuelta.

Después de Ur, el Papa se dirigirá al mundo desde Mosul, símbolo de las atrocidades del Estado Islámico entre 2014 y 2017, y se dirigirá a Qaraqoch, una ciudad cristiana situada más al sur, donde las monjas encaramadas a los tejados de las iglesias están repintando cruces para recibir al Pontífice.

La guerra se ha llevado por delante centenares de miles de vidas humanas en la última década en Oriente Medio. Pero no solo. También ha pulverizado un patrimonio histórico centenario de incalculable valor. Irak, Siria, Yemen y Libia han sufrido una devastación urbana sin precedentes. Monumentos únicos en el mundo, esculturas, museos, palacios y cascos históricos irrepetibles son hoy una montaña de escombros víctima de la sinrazón y la brutalidad. Cuantificar los daños patrimoniales causados en cientos de ciudades resulta sencillamente imposible.

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