Ignaz Semmelweis, el médico que salvó vidas con algo tan común como lavarse las manos
A veces un gesto vale más que mil palabras. Pero el caso de Ignaz Semmelweis, médico húngaro que vivió durante la primera mitad del siglo XIX, su gesto, por insignificante que pareciese salvó cientos de vidas en su época.
Tildado de charlatán por la mayoría de sus colegas al presentar la teoría de lavarse las manos para atender a las parturientas y sus bebés, fue después de su muerte cuando, gracias a la confirmación de Louis Pasteur sobre la teoría de los gérmenes como causantes de cientos de enfermedades infecciosas y que podrían causar la muerte.
Lavarse las manos cuidadosamente
El médico húngaro que revolucionó la medicina que un simple gesto, era el cuarto de diez hermanos. Comenzó estudiando derecho en la Universidad de Viena en 1837, y un año después cambió la leyes por la medicina. Fue en 1846 cuando aceptó un puesto de médico ayudante en la Primera Clínica Obstétrica del Hospital Maternal de Viena, conocida como Clínica I.
Allí, Ignaz Semmelweis se dio cuenta de que las embarazadas morían más de la cuenta después de los partos y que en su Clínica I donde atendían los obstetras la mortalidad era cinco veces superior a la de la Clínica II donde atendían las matronas.
En 1947, el doctor propuso una idea que nadie había barajado entonces para intentar reducir las muertes de estas pacientes fruto de la fiebre puerperal. Ignaz Semmelweis propuso lavarse las manos minuciosamente y con mucho esmero con un hipoclorito cálcio para evitar el contagio de enfermedades a las embarazadas.
El punto clave de la investigación de Semmelweis vino con la muerte de su mejor amigo, el doctor Jakob Kolletschka. El doctor húngaro comprobó en la autopsia que en el cuerpo de su colega existían partículas idénticas a las que provocaban la muerte de las embarazadas en la Clínica II.
Su conclusión fue que los estudiantes transportaban en sus manos partículas cadavéricas de las autopsias con las que luego infectaban a las embarazadas provocándoles la fiebre puerperal.
Por ello comenzó a obligar a estudiantes a lavarse las manos con una solución de cal clorada para eliminar esas partículas cadavéricas de sus manos. El resultado fue un descenso del 90% de las muertes en la Clínica I.
Charlatán
Estos métodos que el propio doctor había comprobado entraron en conflicto con muchos médicos de la época que lo acusaron, además de charlatán, de acusarles de matar a las embarazadas, por lo que se ganó la enemistad de buena parte de la comunidad científica.
Fue despedido dos años después y años más tarde internado en un psiquiátrico donde murió dos semanas después en 1865.
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