Tarradellas, un ‘President’ que tendió la mano a España y advirtió de la gran estafa independentista
La Generalitat manipula la Historia y habla de los inexistentes “reyes catalanes” en su página web
La estrategia de Puigdemont: independencia en referéndum o declaración unilateral en el Parlament
Josep Tarradellas fue presidente de la Generalitat de Cataluña, de cuyo restablecimiento se cumplen 40 años este viernes, dos días antes del referéndum ilegal del 1-O en Cataluña. Tarradellas presidió el gobierno catalán en el exilio (1954-1977) y de la Generalitat provisional (1977-1980). Y siempre, aunque luchase para recuperar la legitimidad de la Generalitat suprimida como consecuencia de la Guerra Civil, desde el entendimiento, el diálogo, y la mano tendida al resto de España.
Tarradellas nació en 1899 en Cervelló, Barcelona. Fundador de la catalanista Falç de la Joventut Nacionalista, en 1920, no fue hasta después de la dictadura de Primo de Rivera cuando se adentró a fondo en la política. Durante esos años, se dedicó a su actividad de viajante de comercio, sin perder de vista a una Falç en estado de ‘hibernación’. Pero, caído Primo de Rivera, retoma una sociedad de la que Francesc Maciá era el presidente honorario. Maciá, quien presidiría la Generalidad dos años, le toma como su secretario y le lleva a convertirse en secretario general de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), cargo al que renunció en 1957. Fue parlamentario durante la República y la Guerra Civil (1936-1939) ocupando diferentes carteras del gobierno catalán.
Se exilió en Francia al final de la guerra, en 1939, y fue detenido por los nazis, aunque su extradición fue denegada y consiguió escapar a Suiza en 1941, donde obtuvo el derecho de asilo. Por delegación del presidente de la Generalitat en el exilio, Josep Irla, fue elegido presidente de la Generalitat en 1954 por los diputados del ‘Parlament’ de Cataluña reunidos en México. Tarradellas quiso tomar posesión en la embajada española porque expresamente quería ser elegido en territorio español, aún en el exilio.
En total, Tarradellas y su esposa, Antónia Maciá estuvieron exiliados 38 años hasta su regreso a España, en 1977. Para entonces, y desde la muerte de Franco, el político catalán había intensificado sus contactos con el rey Juan Carlos I y el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez.
Aquel año, y tras meses de intensas gestiones, volvió a España gracias a un Real Decreto aprobado por el Gobierno de Suárez por el que Cataluña recuperó oficialmente su autogobierno antes de la elaboración de la Constitución . El 27 de junio aterrizaba en Madrid. Era el inicio de la Operación Tarradellas, una de las maniobras políticas más audaces, y sorprendentes de la Transición, y que contribuyó al éxito de la restauración del orden constitucional y la democracia en España.
De esas reuniones con Suárez, y tras sucesivos encontronazos, saldría la recuperación del autogobierno para Cataluña. Una negociación de meses, entre dos figuras políticas históricas y de cuya dureza da muestra esta confesión que Tarradellas reveló le hizo Suárez: «De toda la Transición, nada ha sido tan difícil como organizar esta reunión. La legalización del PCE la quería toda España. Hablar con ustedes lo querrá Cataluña, pero el resto de España no lo quiere. Usted esta aquí y yo quiero buscar una solución».
Finalmente, esa solución llegaría y Cataluña recuperaría su autogobierno. El 23 de octubre de 1977, Tarradellas gritó, desde el balcón en su célebre grito: “Ciutadans de Catalunya, ¡Ja soc aquí!” («Ciudadanos de Cataluña ¡Ya estoy aquí!»), en un acto retransmitido por TVE íntegramente en catalán.
Un discurso que fue una insistente reclamación del Estatut de Autonomía, aunque siempre desde un espíritu constructivo, no rupturista. Una intervención en un tono diametralmente distinto del utilizado desde hace lustros por sus sucesores: desde Jordi Pujol, a Artur Mas, y que encuentra su máxima expresión en el desprecio y el chantaje permanente a España y sus comunidades autónomas de Carles Puigdemont.
El primer ‘president’ de la democracia tuvo en su discurso cariñosas alusiones a España: “Cataluña debe trabajar más que nunca para hacerse bien fuerte, bien próspera y ser un ejemplo para los demás pueblos de España”. “Querría que en este momento de gozo y responsabilidad, pensáseis que tenemos otras deudas fuera de Cataluña. Nosotros debemos ser la avanzadilla del bienestar, la prosperidad, y la democracia de todos los pueblos de España”.
Palabras ante un público en el que abundaban la senyeras, alguna que otra estelada y banderas de diverso signo, desde republicanas a las de algún sindicato. Tarradellas presidiría Cataluña hasta 1980, cuando ganó las elecciones Pujol y de cuyo verdadero proyecto (un nacionalismo que desde su posición de poder fue arrancando competencias y privilegios a los gobiernos centrales tanto de PSOE como de PP hasta convertirse en la pista de aterrizaje del independentismo actual) siempre desconfió.
Tarradellas, retirado de la política activa, lo advirtió varias veces, cuando en 1981 denunció que Pujol había convertido la cuestión de la lengua en «un problema político y partidista», su «espíritu engañador » y «la política de provocación hacia el resto de España» que llevaba a cabo el entonces ‘molt honorable’ y que llegaría a ser el patriarca de una de las sagas más corruptas de la Historia de Europa.
La frase que define lo que se estaba fraguando la pronuncia en una entrevista, tres años de morir de una embolia pulmonar: el diario El País, el 2 de Noviembre de 1985 titulaba: Tarradellas asegura que «en Cataluña hay una dictadura blanca muy peligrosa». Ese peligro se hizo real, y pese a haber alcanzado la mayor cota de autogobierno de una región en Europa, el 1-O puede dar paso a un auténtico golpe de Estado y con él, a la voladura de la España constitucional en la que siempre creyó Josep Tarradellas.
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