OKDIARIO en la mansión de Puigdemont: calefacción a tope y vecinos con banderas de España
A pocos metros del número 34 de la Avenue de l’Avocat de Waterloo, donde se levanta un chalé de tres plantas y seis habitaciones, decorado con lámparas de papel del IKEA en su interior, una mesa alargada típica de un palacio señorial como en la época en la que las familias eran muy numerosas y unas estanterías llenas de libros, una casa un poco más pequeñita que queda justo en la curva. Luce en su balcón una bandera de España. Los propietarios de esta vivienda son los vecinos de Carles Puigdemont, que muestran orgullosos sus orígenes nacionales.
El ex presidente de la Generalitat, sin salir prácticamente de su mansión en la que recibe diariamente a alcaldes, concejales y miembros de los partidos independentistas, está a punto de cumplir un año en este pequeño pueblo belga, situado a una media hora de la capital comunitaria.
Ante la casa de Puigdemont hay un gran campo verde y a los alrededores, decenas de coches con matrícula españoles aparcados. Algunos están de visita, otros viven diariamente en la mansión. A media mañana de un lunes llegan dos jóvenes de Castellfollit de la Roca y Olot, en Gerona, preguntando por si el ex presidente se dejará ver. A pesar de que llueve y la temperatura no llega a los diez grados, esperan pacientemente hasta poder hacerse una foto con él.
Los escoltas de los Mossos que le protegen, pese a no contar con el permiso del Ministerio del Interior -este lunes son los mismos que le acompañaron cuando le dejaron en libertad en Neumünster- vigilan cada paso de estos dos jóvenes con lazos amarillos en la mochila. Antes, también, habían salido a la entrada de la vivienda para identificar a algunas personas que merodeaban por allí. Uno a pocos metros de la casa de Puigdemont; otro que minutos antes había dado con un Audi Q5 de color naranja una vuelta de reconocimiento por la zona, desde la cocina junto a los cubos del reciclaje y con las cortinas entreabiertas.
Cumbre con el PDeCAT
Al mediodía Puigdemont recibe la visita de la dirección del PDeCAT, el que a día de hoy aún es su partido. Esto implica la presencia de decenas de periodistas y cámaras de televisión, que rompen momentáneamente la tranquilidad y la discreción de una zona residencial donde no hay ningún bar ni ninguna tienda, y donde sus habitantes -a parte del ex presidente de la Generalitat- son pudientes diplomáticos o futbolistas del Anderlecht. Igual por eso, la policía belga pasa hasta en dos ocasiones, a baja velocidad, apuntando todas y cada una de las matrículas de los coches que hay aparcados en la calle.
Hoy en la ‘Casa de la República’ de Waterloo no ondea ninguna bandera. Sólo se colocan cuando visita la mansión el actual presidente de la Generalitat, Quim Torra. Con cámaras por todos lados, como si de la casa de Gran Hermano se tratase, la calma del exterior contrasta con el trasiego que hay en su interior donde la temperatura, muy a pesar de la salud del ecosistema, es de excesiva calor.
El humo blanco que salía de la pared de un lateral de la casa hacía presagiar que una vez dentro no haría falta ni la chaqueta ni la bufanda que nos resguardaba del frío en la calle.
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