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Fórmula 1: Gran Premio de Brasil

Hamilton reina en el caos, Sainz roza el podio, agridulce Alonso

La atmósfera gris, que despidió el sábado, abrió la mañana del domingo con algo más que sirmiri. Las nubes brasileñas descargaron con furia sobre el legendario circuito rememorando el casi milagroso 2012, y la locura remota de Massa, Glock y Hamilton. Una enorme mancha azul dominaba el radar evidenciando que Sainz y Alonso habían completado su rutina de canto nocturna con éxito: la carrera iba a ser un caos.

Dirección de Carrera volvía a olvidarse de la competición, del picante épico que da una salida sobre agua, y todo arrancó con el safety car dirigiendo el paso. A Interlagos le sobraba el ‘inter’, mientras las aspiradoras empujaban para un circuito más practicable. Los lloros reglamentarios le hicieron marcharse en la 7, con Verstappen metiéndole el morro a Kimi en la primera curva. Movimiento de veterano en el cuerpo de un chaval de 18 años. Rosberg era el siguiente.

Algún valiente colocaba el intermedio, entre ellos el sibilino Button, maestro cuando caen cuatro gotas. Alonso le seguía, previo trompo en la entrada a meta. Vettel también imitaba a su némesis pretérita: en el error, y en el movimiento a boxes. Sainz, sigiloso, aprovechando la confusión, era octavo. Y es que, como le diría el Joker Batman, el caos tiene algo de justicia.

Ericsson se la pegaba en la entrada al pit lane, provocando un situación única, quizá de estreno: entraba el safety car y se cerraba la calle de boxes. El circuito apenas mejoraba provocando las dudas a los valientes del neumático intermedio. Se volvió a relanzar la carrera, con una recta escondida entre una nube de agua, y Kimi perdió el control de su Ferrari, provocando mini infartos entre afición y pilotos. Situación realmente crítica: evitó algún choque de milagro. Bandera roja, Vettel llorando por radio (otra vez) y a esperar.

El drama de la lluvia y Dirección de Carrera

Unos 30 minutos duró la interminable espera con una nueva condición antes del relanzamiento: todos obligados a montar el de lluvia extrema. Los bostezos se podrían suceder a sabiendas que al Safety le iba a costar retirarse. Hulkenberg pinchaba, Palmer abandonaba, Sainz ganaba: quinto. Y cuando parecía que íbamos a disfrutar de la danza en la lluvia… Nada. Bandera roja. «The track is fine», cantaba Lewis por radio. Bottas le hacía retuit. La afición abucheaba la decisión en una imagen de coliseo romano: pulgares abajo contra Whiting. Iba a tener que salir hoy de aquí por la puerta de atrás, como un árbitro de Segunda B. 

La situación era irrisoria, carnavalesca, desesperante. Hungría 2006, Corea 2010, Mónaco 1984, España 1996, Europa 2007… y así una interminable lista de carreras en condiciones extremas. La Fórmula 1 se ha convertido en un deporte previsible, de señoritas, con una afición desencantada, que cuando busca un aliciente, se encuentra la pasa en el roscón. Es un ejercicio constante de supervivencia por no morir ahogado en la orilla del aburrimiento. Las carreras en lluvia eran la única cafeína en esta inexplicable era turbo; ahora, sin excitante y con sacarina.

Tercer intento, como no, bajo los efectos de Bernd Mayländer. Fueron dos vueltas, a Dios gracias, y se marchaba el coche de seguridad. Verstappen, como al inicio, volvía a ganar una posición: se la juega en la 3 y le pinta la cara a Rosberg. El adelantamiento fue preparado desde que salió de boxes: movimiento a un lado y otro para tirar de factor psicológico. La potencial próxima víctima apretaba con vuelta rápida. Esto era otra cosa.

Alonso y Vettel superaban a los Manor, mirando a un potencial top 5. Viejos rockeros que se iban a encontrar en el asfalto: dos locos y muchas curvas. Mad Max nos deleitaba con un semitrompo controlado, evidenciando el talento del chaval: aguantaba la segunda plaza con Nico Rosberg. Vettel superaba a Fernando, en una bonita afrenta. Alonso alegaba que le había echado de la pista… y que no podían con Nasr.

El brasileño cedía al empuje del Ferrari, Alonso se acercaba y Sainz era cuarto. Le llegaba el trenecito con Hulkenberg y Ricciardo por detrás, con su McLaren indomable en lluvia para dar un extra que le hiciera soñar. Se la pegó Massa en la entrada al pit lane, calcando la situación que provocó Ericsson: SC y pit lane cerrado. El brasileño se enfundaba su bandera, entre lágrimas, recorriendo a pie su camino hacia el box . Un momento emotivo, único, con los mecánicos de otros equipos aplaudiendo la llegada de Felipe. Si había que escribir un final perfecto, este perdurará en la memoria.

Rosberg pedía la hora justo en la vuelta 54, cuando se reparten el 100% de los puntos: no quería un minuto 93.  Se relanzaba la carrera, Alonso hacía un trompo y caía hasta la última plaza, con Button a su vera. Sainz se mantenía en la 4ª, aguantando al Ferrari de Vettel detrás, y sin perder comba con el podio. El milagro estaba tan cerca… y tan lejos. Pérez no cedía una milésima y se alejaba poco a poco del Toro Rosso.

Las última vueltas fueron de infarto: Max Verstappen salía fulminante de la friend zone hacia el podio. Todo monoplaza que se puso por delante fue devorado por el Red Bull del holandés. Es un piloto único, magnífico, distinto. Los brotes verdes de una Fórmula 1 que se comerá en breves. Sainz perdía la quinta plaza, cediendo ante Vettel. Otra carrera de escándalo con un coche de segunda categoría. Verle en esa posición ya era un milagro.

Lewis Hamilton se hacía con la victoria en un clinic de conducción bajo la lluvia. Nico Rosberg, ayudado por los errores estratégicos de Red Bull, entraba segundo, casi sentenciando el Mundial. Aunque quizá en la noche de Abu Dhabi… Y Max Verstappen, el niño maravilla, se colaba en el podio en una prueba que le eleva a los altares del deporte. Alonso completaba en décima posición su agridulce nado en Interlagos. Ni la lluvia le valía esta vez para sacar los polvos mágicos. Para el que dude del asturiano que mire a su compañero: último. Y no por demérito de Jenson. El McLaren-Honda, en seco o en lluvia, no es ni un espectro de lo que fue. 2017, ven ya.