Inteligencia artificial: el misterio de replicar al ser humano en la era tecnológica
Este 2024, el concepto de la conciencia ha tomado una relevancia brutal
Hace unos 10 años, un neurocientífico llamado Ricardo Rojas, quien participaba en un proyecto de generación de software «inteligente» que yo dirigía, me dijo: «¡Pero hombre! ¡El fenómeno de la conciencia es el tema que obsesiona a los neurocientíficos en el mundo! Y, como yo, queremos desentrañarlo». Admito que el asunto me impactó desde ese momento. Eran tiempos en los que no se hablaba de la IA en los términos en que hoy la entendemos.
Desde 1997 ya existía un hito en la IA: la computadora Deep Blue le había ganado a Kasparov. Y cito esto porque, ya en ese momento, la computadora «tomaba decisiones» de la mejor jugada posible en cada turno. Luego, en 2011, en el famoso programa de TV Jeopardy, la computadora Watson de IBM le ganó a dos campeones anteriores del concurso.
Hoy, casi al finalizar este 2024, el fenómeno de la conciencia toma una relevancia brutal y se suma a otro gran concepto que está relacionado con ello: la era de la singularidad o singularidad tecnológica, que grafica el momento en que las máquinas (léase computadoras que funcionan con IA) serán más inteligentes que los humanos y tendrán la capacidad de aprendizaje continuo y autónomo.
Sin embargo, ¿podrá la conciencia del ser humano ser emulada en una esfera de la conciencia de las máquinas, como lo han sido las redes neuronales, la memoria o la velocidad de procesamiento? ¿Cómo podría realizarse esto, si la conciencia humana no está completamente entendida? Por lo mismo, ¿cómo se podrá exigir ética a un software o a algoritmos entrelazados que hoy deciden sin tener conciencia? Y valga la tautología: ¿Estamos conscientes de lo que implica decodificar la conciencia humana?
El problema es mayúsculo, porque desde Roger Penrose (Premio Nobel 2020) en su libro Las Sombras de la Mente: hacia una comprensión científica de la conciencia (1994), el físico y matemático británico manifiesta que la conciencia «no puede ser replicada por modelos computacionales» y agrega que la conciencia humana está conectada a «principios físicos aún inentendibles».
Para ponerlo en términos simples: darnos cuenta de nuestros procesos mentales, percepciones o sentimientos y saber en qué consiste nuestra individualidad frente a la de los demás, y luego encontrar en qué parte de nuestra fisiología se produce, no es tarea sencilla. ¿Será en nuestro cerebro, en nuestro corazón o dentro de una neurona? ¿En qué parte física está el miedo, la alegría o el amor que sentimos por un hijo o por una persona amada? ¿Dónde se plasma el nivel de ese sentimiento? Hasta ahora, se dibujan corazones para denotar que sentimos amor allí, pero ningún médico puede demostrar que el amor existe dentro del corazón o del cerebro.
Este fenómeno de la conciencia es un misterio que fascina a los neurocientíficos porque, además, es transversal a todo lo que estudia hoy la Neurociencia: la neuroplasticidad del cerebro, la cognición, la sinapsis, el neurodesarrollo, etc.
Creo que aún nos queda un buen trecho de desarrollo, aunque ya existen programas o software que deciden. Pero al igual que es casi hegemónico que las legislaciones en el mundo hagan inimputable a un enfermo mental, precisamente por no estar conscientes de sus acciones o de la trasgresión que realizan, en el caso de la IA, el fabricante debería responder civil y penalmente con sanciones.
Ahora, imaginen una computadora apagada, que, de pronto, sus patrones de código parpadeen como latidos, y que en ese momento ocurra lo impensable: la máquina parece despertar. ¿Es una ilusión óptica, un fallo de software o el primer destello de conciencia artificial?
Si para llegar a esta IA se tuvo que desentrañar la inteligencia humana, ¿por qué negarse a que se pueda llegar algún día a una conciencia capaz de decidir, encenderse o apagarse?
En la intersección de la ciencia y la ficción, la idea de la conciencia artificial continúa fascinando e inquietando a muchos científicos. Después de todo, en el cruce entre bits y neuronas, puede que estemos al borde de una decepción: un mundo en que predomine lo artificial, y que esa nueva realidad creada, no resulte inteligente.
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