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obituario

Víctor Uris, el hombre que no buscaba ser leyenda

El músico, fundador de Harmònica Coixa Blues Band junto a Pep Baño y Toni Reynés, ha fallecido a los 66 años

Hay pérdidas que obligan a la introspección. En especial, aquellas que de una u otra manera marcaron la vida de la gente, fuese a lo grande o en dosis pequeñas, aunque de una calidad humana que las sublimaba. Víctor Uris fue una de esas personas. Ya tocaba la armónica, y su fascinación por el blues, antes del trágico accidente de moto en 1975 –tenía tan sólo 17 años- que le postraría de por vida en una silla de ruedas.

Muy temprano se enamoró del blues al escuchar y descubrir Drinking in The Blues, disco de Sonny Terry y Brownie McGhee. Puedo imaginar que en especial le fascinó la manera que tenía Sonny Terry de tocar la armónica, más en concreto sus fraseos, la rítmica y esas vocalizaciones que le definían como el mago de la armónica.   

Víctor Uris solía decir que la música le había salvado la vida, es de suponer que refiriendo el hecho de que de inmediato decidió buscar buen refugio en la armónica, practicando en sus interminables horas muertas hasta alcanzar la maestría de que hizo gala, una vez apareció en 1982 el álbum debut de la banda que él contribuyó a crear: Harmònica Coixa Blues Band, compartida con Pep Baño y su fiel cómplice, Tony Reynés, también fallecido el 2020.

A cualquiera que le pregunten, dirá que lo sobresaliente en Víctor Uris era su inagotable sentido del humor y su capacidad de reírse de sí mismo, de ser necesario, como lo prueba el hecho de presentarse como harmònica coixa. Pero lo que no sabía en aquel entonces es que acababa de fundar una banda que era pionera en España y que además llegaba en un momento de oro en el que iba a jugar un papel sobresaliente el Festival Internacional de Jazz de Palma, tristemente desaparecido. En aquellos años irrepetibles será llamado al escenario por músicos de la talla de Johnny Coppeland y B.B. King.

Volviendo al comienzo de estas líneas, lo que hacía grande a Víctor Uris era su sencillez por convicción, bonhomía más bien, reflejándose su calidad  en expresiones tales como: «Yo no he hecho nada del otro mundo» y «subirse al escenario es un privilegio que no tiene todo el mundo». Dicho de otra manera, jamás buscó notoriedad, sino que disfrutó haciendo lo que sabía y le apetecía. Sin más. Precisamente los atributos que te llevan a ser leyenda cuando tu trabajo llega al corazón de la gente. Lo que él siempre hizo.

Conocí a Víctor Uris desde su mismo comienzo y muchas fueron las veces que coincidimos, lo que no significa estar en su círculo de amistades. Viví aquellos años como notario de los hechos en mi condición de crítico y dejé constancia de ello en dos libros, Els 10 anys del Festival de Jazz (1992)  y Cabello de Ángel (1995). Salvando las distancias, me convertí en el Nick Cohn insular durante los años de la movida en los 80. Simplemente eso, de manera que es la memoria acumulada, también contada, lo que me hace ser una de esas personas que vieron marcada su vida por personas como él y al saberle desaparecido, el vacío que se produce conduce a la introspección. 

Me he referido antes al papel que jugaron la guitarra de Brownie McGhee y la armónica de Sonny Terry en el devenir providencial de Víctor Uris. 

Pues bien, esa conmoción interior, experimentada en el remoto pasado por Víctor Harmònica Coixa Uris, regresaba a un primer plano de actualidad  en los días finales del bluesman palmesano. Consciente de acercarse su final, Víctor Uris quiso dejar algo muy personal, a modo de testamento, y me refiero a la grabación de un directo el año 2011 en casa de unos amigos, donde él vino a reconocer haber hecho cosas con la armónica, «que nunca antes hice». En la grabación (16 temas) aparecen cuatro discográficamente inéditos. Víctor Uris, en puertas de la sedación compasiva, pidió a Miquel Àngel Sancho de Blau-Xocolat que editase aquel material y le pidió que el título solamente hiciera referencia a Pedro Riestra (Brownie McGhee) y a él mismo (Sonny Terry). Los paréntesis son míos, pero tengo claro que éste es un legado que conecta con el feliz descubrimiento de su adolescencia.

Era su manera de decirnos, póstumamente, que vivir ha merecido la pena.