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Tercer aniversario de la tragedia

Los habitantes de Sant Llorenç temen que se repita la riada de 2018

Los puentes tenían que reformarse, porque crean un tapón que provoca que el agua se acumule, y no se ha hecho

"Cuando llueve no ves ni un coche en toda la zona que se inundó. Sabes que si se repite, todo será igual"

"Hemos recuperado muchas cosas, sobre todo materiales, pero hay otras que se han perdido para siempre"

El 9 de octubre de 2018 la capacidad del torrente con respecto a su estado original era inferior al 10% debido a la suciedad

Cladera también fue la responsable de la caótica gestión de la riada de Sant Llorenç

Tres años después de la fatídica riada de Sant Llorenç, que se cobró 13 vidas y provocó innumerables pérdidas, muchos prefieren no recordar y la mayoría aún se asusta cuando llueve. Los habitantes del pueblo vivieron una experiencia traumática que les ha cambiado para el resto de sus vidas. Una inundación «que nadie se esperaba», causada por un fuerte temporal y un torrente con varios puntos negros «que todavía no se han solucionado».

«Fue algo muy grande que nos tocó a todos de una forma u otra. Habíamos tenido pequeñas inundaciones en época de lluvias, pero nunca con muertos ni con los daños materiales que hubo», relata Joan, llorencí de toda la vida. Algunos de sus familiares se vieron directamente afectados por la riada, aunque no perdió a nadie en aquella «terrible noche». El desastre provocó que los vecinos se apoyaran entre ellos y se implicaran.

Similar es el caso de Bàrbara, hija del estanquero del pueblo. Ella no estaba en Sant Llorenç cuando tuvo lugar la riada, pero sí se pasó toda la noche pegada al WhatsApp mientras le contaban todo lo que sucedía. El negocio de sus padres se encuentra en pleno epicentro de las inundaciones y explica que, a pesar de que se han recuperado, esa noche lo perdieron todo. «El agua recorría la calle con mucha fuerza. Uno de los coches que arrastraba la corriente chocó contra la barrera del local y la reventó. Entonces el agua empezó a entrar y acumularse».

El estanco se encuentra en un bloque de pisos y en la primera planta vive la abuela de Bàrbara. Si la riada no llegó hasta su casa, fue porque por suerte la puerta del almacén que daba al otro lado cedió y el agua no siguió subiendo. En esa zona las casas son altas, algunas de hasta tres pisos. Fueron muchas las personas que tuvieron que subir hasta arriba del todo para huir de la corriente que se lo llevaba todo por delante.

«Tienes que vivirlo para entenderlo. Nosotros estábamos desorientados. No sabíamos lo que pasaba, hasta que vimos la magnitud de lo sucedido», dice Lourdes, dueña de la administración de lotería de Sant Llorenç. No vive en la zona afectada, pero tiene su negocio en el epicentro, justo enfrente del estanco. Tuvo la suerte de cerrar y marcharse poco antes de que todo empezase, porque no le gustaba lo violento que se estaba poniendo el tiempo. «Llevaba todo el día muy negro y lloviendo. A las 17.00 recuerdo que empezó a caer con más fuerza y comenzamos a tener apagones. Sobre las 18.00 se puso peor y decidí cerrar. Me despedí de los demás, que al poco también cerraron, y me fui. A las 18.30 la calle estaba inundada», relata.

Miedo a que todo se repita

Tras la tormenta, llega la calma o eso dicen, porque en el caso de Sant Llorenç, los vecinos no viven del todo tranquilos desde la riada. Cuando llueve se asustan, temen que vuelva a suceder y más sabiendo que no han empezado las obras para solucionar los puntos negro del torrente. «Los puentes tenían que reformarse, porque crean un tapón que provoca que el agua se acumule. Por eso siempre ha habido pequeñas inundaciones. Y si llueve como en 2018, puede volver a producirse una catástrofe», señala Joan.

Los días posteriores a la riada se concentraron en quitar barro y amontonar en la calle lo que había quedado inservible, «que era casi todo». Tampoco había luz ni agua corriente en la mayor parte del pueblo y la comida escaseaba. Además, «entrar y salir del pueblo era muy difícil». Los vecinos con hogares que se habían salvado abrieron sus puertas a amigos y conocidos que habían perdido sus casas. «Fueron unas semanas de mucha generosidad y de apoyarnos entre nosotros», asegura Bàrbara.

«Con el tiempo hemos ido volviendo a la normalidad, pero hay miedo y angustia cuando se acerca esta fecha. Muchos prefieren no recordarlo y hay quienes se marchan para no estar estos días en el pueblo. Además, cuando llueve no ves ni un coche en toda la zona que se inundó. Están en sitios que nos dijeron que son seguros. Sabes que si se repite, todo será igual porque lo que tenía que cambiar no ha cambiado. Así que los ciudadanos tratamos de actuar con cabeza», explica.

Por su parte, Lourdes destaca que «parece que fue hace nada y ya han pasado tres años». «Estas cosas no se olvidan tan fácilmente. Hay gente que no ha levantado cabeza y parece que ha envejecido 20 años. Hemos recuperado muchas cosas, sobre todo materiales, pero hay otras que se han perdido para siempre».