España no ha sabido aprovechar el Brexit
El Brexit, con un tira y afloja permanente, dividiendo a unos y a otros, haciendo dimitir a algunos, enfureciendo los ánimos ya de por sí caldeados dentro de las Islas y fuera de ellas, toma forma y cuando las empresas con sede en Reino Unido ya están decidiendo dónde se instalan, España, está tachada de la lista de posibles destinos. ¡Una verdadera lástima! ¿Por qué? Porque cuando el Brexit apuntó a convertirse, más allá de una proclama reivindicativa procedente de las profundidades británicas a guisa de evocación de glorias pretéritas, en seria realidad, uno de los destinos en teoría más seductores que barajaban las compañías con domicilio en suelo inglés que tendrían que mudarse, era España.
Y, en concreto, dos ciudades ganaban enteros: Madrid, cada vez más internacional y centro financiero y económico de referencia, y Barcelona, con su encanto mediterráneo y su indiscutible poder de atracción. Empero, nuestro gozo en un pozo y al final nos quedamos, al igual que en la legendaria película “Bienvenido Mr. Marshall”, con un palmo de narices.
El asunto es feo. Porque de un tiempo acá, quienes gestionan el marketing tributario del Gobierno español lo hacen más que mal, rematadamente peor. Asustan a diestro y siniestro. Pregonar a los cuatro vientos, urbi et orbe, que la presión fiscal y la tributación de las empresas irá a más, cuando precisamente los países de nuestro entorno hacen justo lo contrario, es sembrar vientos para recoger tempestades. La inestabilidad y debilidad política amplifica los temores que se ciernen sobre España que deja de ser un país amigable y confortable para operar.
Si todo eso perjudica a Madrid, no digamos ya lo que acontece con el escenario político y municipal de Barcelona que no solo ha dejado de ser sede social de numerosas empresas, sino que la propia ciudad, alimentada con los ademanes políticos en juego, se ha borrado en los momentos cruciales de las quinielas para albergar a instituciones de calado, como la Agencia Europea del Medicamento.
A los empresarios norteamericanos, los de las grandes compañías que impulsan la economía mundial, les ocurre tres cuartos de lo mismo que a los empresarios británicos en busca de enclave operativo: los “reconfortantes y estimulantes”, entre comillas, anuncios de nuestro Gobierno, simplemente les espantan y sus inversiones no recalarán por esta España nuestra. Uno ya intuye salidas de capitales de acá hacia otros países, que luego se van confirmando, como podría estar sucediendo con las Sicav, asustadas ante las persecuciones que se vociferan al más puro estilo inquisitorial.
Si ya de por sí el popurrí de aspavientos gubernamentales hacia el empresariado y el capital productivo constituyen, más que una señal de peligro, un pleno rechazo a la inversión tanto nacional como foránea en España, solo faltaba, para azuzar nuestra deteriorada imagen, que España se quedara sola en toda Europa en esa demencial cruzada en pro de la Tasa Google y en contra de las empresas tecnológicas. España, malhadadamente, queda marcada en rojo con una cruz en el mapa de las tecnológicas y no estará de más recordar que la vendetta es un plato que siempre se sirve frío.
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