Cómo afecta el estrés al apetito
Todos hemos tenido alguna vez un momento de ansiedad y estrés y sentido hambre. ¿Es verdad que el estrés aumenta el apetito?
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El estrés, definido como un conjunto de reacciones fisiológicas que aparecen cuando una persona sufre un estado de tensión nerviosa o física, es uno de los principales trastornos que padecen los seres humanos actualmente. Y claro, también afecta el estrés al apetito.
Como tal, este diagnóstico tiene una influencia absoluta sobre cada uno de los aspectos de la vida del paciente. Por ejemplo, afectando de forma directa su relación con la comida y la bebida, es decir toda su alimentación.
Durante años, los científicos han estudiado de qué modo impacta el estrés en la dieta de las personas y su apetito. Mientras hay quienes al experimentar este problema apenas pueden probar bocado, muchos comen en exceso.
Cómo afecta el estrés al apetito
Es un hecho que muchas personas sufren de un aumento significativo de apetito cuando están atravesando un episodio estresante. En una vida actual cada vez más ajetreada y vertiginosa, la ansiedad se vuelve parte del día a día. El problema verdadero aparece cuando el estrés puntual se transforma en un estrés crónico, mucho más difícil de controlar. Las consecuencias de ese tipo de estrés sostenido van más allá de un aumento de apetito y pueden afectar de manera significativa la salud.
El ser humano está preparado para asumir los momentos puntuales de estrés. De hecho, esa clase de episodios son, en muchas ocasiones, necesarios para la toma de decisiones rápidamente. Sin embargo, cuando el estrés es crónico surgen una gran cantidad de problemas a largo plazo, incluyendo la falta de control al momento de comer.
El estrés y la comida
Generalmente, las personas que sufren de estrés crónico desarrollan una relación poco saludable con la comida. Además de un aumento en la cantidad, también suelen seleccionar alimentos que no aportan ningún nutriente al organismo. Quienes tienen esa conducta, suelen tener un momento de placer y paz mientras consumen esa comida que tanto les gusta.
A nivel fisiológico, el aumento del apetito está muy bien justificado. La razón es que el estrés genera un aumento de cortisol, una hormona esencial que es producida por la glándula suprarrenal. La misma suele liberarse como una respuesta ante la ansiedad y preocupación, induciendo a consumir alimentos poco saludables.
En concreto, un estudio publicado en 2006 por la revista Physiology and Behavior indicó que la mayoría de los que atraviesan esta anomalía conductual acaban consumiendo alimentos poco saludables, altos en grasas o azúcares.
La explicación del fenómeno es que en los momentos en los que lidiamos con el estrés nuestra mente nos pide recibir una dosis de placer, y precisamente estos alimentos pocos saludables están hechos con esa intención. Dada nuestra debilidad a tales sabores, es más probable que caigamos ante la tentación de ingerirlos.
Las mujeres, más descontroladas
Ese mismo informe detalla que son las mujeres las que más inconvenientes tienen para alimentarse sanamente mientras pasan por estrés, sobre todo aquellas que previo a la aparición de este problema intentaban bajar de peso realizando algún tipo de dieta hipocalórica. En ellas el conocido como «hambre emocional» es aún mayor.
Al parecer, en las mujeres la producción de la hormona cortisol es superior y por eso engordan más al estresarse. Paradójicamente, el consumo de alimentos ricos en azúcares y grasas reduce la capacidad del organismo de responder a la situación de estrés, por lo que se genera una especie de ciclo dañino para el metabolismo.
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