La visión de los elegidos
A decir de los que saben, el mundo y Europa, en particular, viven una situación muy difícil. La guerra de Ucrania ha destruido mitos y fantasías trayendo violencia y ruina. El futuro que nos espera es muy complejo, lo que creará gran incertidumbre, circunstancia que ha reforzado la soberanía nacional. Todas la energías, afanes y sentido de la responsabilidad serán pocos. Alemania y Francia, los amos de Europa, se están pensando qué hacer con la situación.
En este contexto, España es una permanente paradoja. Cuando se desarrolla en Europa el acto bélico más grave desde la Segunda Guerra Mundial, de consecuencias imprevisibles, el Gobierno, junto a sus socios de legislatura, se dedican a desmontar las instituciones estatales, la última los Servicios de Información del Estado, encuadrados en el Centro Nacional de Inteligencia (CNI).
Ha quedado demostrada, por enésima vez, la banalidad con que parte de las entidades políticas de este país afrontan sus responsabilidades y lo más grave es que no existe estructura estatal capaz de poner coto a esta situación, algo inconcebible en un país catalogado como «democracia madura».
Se repiten esperpentos como lo del estado de alarma con la pandemia, la cogobernanza, promulgar una ley de mascotas o mantener en el destierro al Rey emérito, entre otras, porque en un determinado momento es considerado oportuno. Puede que muchas de estas actuaciones sean ilegalidades, pero quedan impunes.
Los hechos se producen en el siguiente marco: se trata de que el secretario general del PSOE, un visionario e impostor, continúe en el puesto de presidente del Gobierno hasta el último minuto permitido de legislatura, lo que coloca a centenares de miembros del clan. Para ello es necesario mantener el equilibrio, lo que se consigue con el trueque cortoplacista. En qué consiste el trueque: en lo que sea. Si la Generalidad pide ceses porque los Servicios de Inteligencia que protegían al Estado los vigilaban como sediciosos o traidores; si se confirma la implicación del Kremlin, pues hay que dárselo. La directora del CNI, que pasaba por allí en cumplimiento del deber, fue sustituida o, lo que es lo mismo, se le aplicaron los efectos de un cese.
Este es el último acto conocido de cómo gestionan sus competencias los responsable de la gobernanza del Estado. A la misma hora del cese de la directora del CNI, la Generalidad mantenía su prolongada desobediencia a la sentencia que obligaba a impartir la cuarta parte de las asignaturas en el idioma oficial del Estado. Normalidad.
España es un estado muy frágil, el Gobierno no puede aplicar sus competencias en los territorios autonómicos del Estado que mediante el trueque parlamentario practican el fraude de Ley para obtener parcelas de autonomía incompatibles con la Constitución. Embajadas, servicios de información, gestión carcelaria, gestión de asuntos de seguridad, por decir algunas, siempre emparejadas con el talante permanente de desprecio a las Fuerzas Armadas y de Seguridad estatal en ellos desplegadas.
El problema es estructural, el baile de competencias no es negociable. El presidente del Gobierno, por sistema, se excede en sus atribuciones o hace dejación de ellas ostentosamente y esta conducta podría confundirse con un comportamiento delictivo. La impunidad de la conducta es acumulativa y libra al despropósito presidencial de cualquier obstáculo jurídico.
El llamado Gobierno gestiona una realidad virtual que continuamente realimenta. Su presidente y los que hacen de ministros utilizan la restricción mental como arma de trabajo habitual, cuando no la mentira. La realidad no la tratan, simplemente, porque no la conocen. Por ello siempre actúan cuando el problema explosiona, improvisando soluciones a toro pasado que, a su vez, mutan la situación a lo virtual, que es de lo que se trata.
Toda esta situación de desmadre deja indefenso al Estado en el ámbito internacional y su prestigio está por los suelos. Se carece de conocimiento sobre los intereses nacionales y, por lo tanto, carece de estrategia nacional. Por ello, la gestión de los asuntos exteriores es siempre reactiva y a veces ridícula.
En junio está previsto la celebración de la Cumbre de la OTAN y, según informaciones periodísticas, España va a presentar una propuesta estratégica sobre el Norte de África, acto inédito pues nuestro país está lejos de ser un actor estratégico. Se trata de otra improvisación, a la que el Consejo del Atlántico Norte podía acceder, caso poco probable pues España no tiene peso en el Consejo por su bajo perfil geopolítico. El problema estaría en que sonase la flauta y se admitiese, en ese caso la condición sería que España liderase la propuesta estratégica. La pregunta es: ¿Daría el liderazgo de un asunto estratégico tan importante a un gobierno que de forma irresponsable traiciona a su propia ciudadanía al someterse a los partidos políticos que quieren romper España?
¿Quién, en el mundo, en Europa, puede fiarse de este gobierno?
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