Primera línea

De vacunados y antivacunas

De vacunados y antivacunas

Circula por las redes sociales un audio hilarante, que habla de lo ilegal y lo legal de nuestro comportamiento, en función de lo que estemos haciendo en cada momento, a merced de la normativa cambiante semana a semana. Esto no es serio y precisamente es lo que alimenta los señalamientos alarmados, según estés en el bando de los vacunados (buenos) o antivacunas (malos)

Dejando a un lado el carácter desenfadado de este audio no es menos cierto que nos muestra el mapa sombrío que viene acompañándonos desde aquel 14 de marzo de 2020, cuando empezó esta travesía hacia la desesperanza y en consecuencia a tensar las relaciones sociales de manera creciente. 

De hecho, llevamos casi dos años con las relaciones sociales desaparecidas, al menos tal y como las habíamos conocido hasta entonces. 

No hay razón alguna para rechazar la escala de grises entre los antivacunas y vacunados en asuntos del covid-19. La inmensa mayoría de pobladores del planeta jamás habíamos vivido una pandemia como ésta, desgarradora hasta el extremo de rememorar el ejemplo más próximo: la gripe española, que ya ha cumplido un siglo. Si fue o no fue un arma química que escapó del laboratorio, empieza a ser lo de menos, aunque la furia incluso a fecha de hoy que se ejercita en China para confinar a ciudades enteras nos lleva a pensar que este virus chino algo esconde cuando resulta implacable tanta represión. Aunque también podría ser la cara más totalitaria del comunismo como en otros asuntos ocurre, sin ir más lejos desmantelar cualquier atisbo de democracia en Hong Kong, la antigua colonia británica, incumpliendo de facto los acuerdos firmados para su integración como territorio autónomo. 

No hay razón alguna para rechazar la escala de grises entre los antivacunas y vacunados, más todavía, cuando los medios de comunicación convierten en un gran carnaval el día a día de la pandemia. Lo siguen haciendo. ¿Qué pasa mientras tanto con el Gobierno de España? Empeñado en mentir sobre el número de muertes; demostrando su incompetencia para afrontar la crisis sanitaria; aprovechándose del miedo colectivo para la severa limitación de nuestras libertades, y como consecuencia de todo ello, aflora el cansancio de la población en paralelo a la corriente negacionista de los antivacunas.

No hay razón alguna para rechazar la escala de grises entre los antivacunas y vacunados cuando se genera desconfianza sobre las reglas a seguir debido a la multiplicidad normativa en un caos autonómico derivado de la ausencia de una Ley de Pandemias, que el Gobierno de España no ha sido capaz de armar en los 22 meses que llevamos de extrema ansiedad. Lógico, que este cúmulo de circunstancias acabe siendo caldo de cultivo en el que emergen los negacionistas cada vez con más fuerza y como desencadenante nada    menos que el certificado covid, que cambia el derecho de admisión por la expresa prohibición. Lo que percibe el ciudadano es mucha improvisación. 

Los indicios de poderosa solidaridad que había despertado la pandemia se han visto desgastados progresivamente por el efecto de intereses bastardos y, en esas, el certificado covid ha demonizado a unos y consagrado a otros en función, una vez más, de la corrección política sin otra alternativa.   

Esta escala de grises podría ser el punto de confluencia capaz de entender el presente y diseñar las condiciones de convivencia. La libertad entendida como imposición irracional de la mayoría no puede ser motivo para señalar a nadie en democracia plena. En circunstancias excepcionales, sumidos en la incertidumbre, es determinante el esfuerzo por encontrar soluciones que sean asumibles, por unos y otros, desde el convencimiento y el encuentro. 

El caos normativo ha sido el denominador común en la Unión Europea, sin ver aparecer confluencias y sí múltiples divergencias. El milagro de Madrid parece ser la tabla de salvación, hoy reconocida internacionalmente, simple y llanamente porque ha conjugado la libertad, con responsable implicación en el sistemático control sanitario que incluso la ciudad de Nueva York está dispuesta a aplicar. La escala de grises, en definitiva.

¿Y Baleares? Armengol, de copas en el Hat Bar en horas de confinamiento.

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