En la senda de un republicanismo cantonal
El presidente Sánchez en su reciente visita a Barcelona, donde se reunió —cual jefes de Estado con el protocolo correspondiente— con el inhabilitado y acusado de presunta usurpación del cargo, el Molt Honorable señor Torra, giró también visita al Ayuntamiento de la Ciudad Condal, donde cumplimentó igualmente a la señora alcaldesa Inmaculada Colau, sin duda para diluir el impacto de la otra cita. Tampoco quedaron al margen otras visitas y encuentros en la Diputación de Barcelona, con la Patronal catalana Foment, con los sindicatos y con su partido catalán, el PSC. En definitiva, cumplió la condición impuesta por Junqueras —a través de Rufián— para adular a Torra: no debemos perder de vista que las dos grandes fuerzas separatistas y sus líderes Junqueras y Puigdemont compiten para presidir la Generalitat si la ley y la justicia no se lo impiden. En el escenario surrealista en el que se encuentra la política catalana en los últimos tiempos, ambos evitan cualquier gesto que les lleve a ser estigmatizados de botifler, lo que supondría su hundimiento en esa pugna.
Es sabido que Sánchez debe la permanencia en el Gobierno a ERC y Colau —en Comú Podem—, y a uno y otra les hace promesas que afectan a la misma esencia del Estado. Si ante Junqueras ha tenido que aceptar la humillación institucional que significa esa visita al Palau de la Generalitat en las actuales circunstancias —incluso rectificándose a sí mismo unas horas después mediante nota oficial—, con la alcaldesa avanza en la misma dirección.
Es un camino que rompe con la lógica de los pactos políticos, puesto que se están obteniendo votos en el Congreso a cambio de pedazos, de trozos de «institucionalidad», a fuerza de ir desgajando la esencia del Estado. Si Barcelona debe ser la capital cultural y científica de España, no seré yo quien lo cuestione en su caso. Pero si debe serlo, esta decisión tendría que ser fruto de un acuerdo que debe ir mucho más allá de un pacto de mera supervivencia política del señor Sánchez. Es más: en caso de alcanzar algún avance en esa dirección producido por un acuerdo de este tipo, este quedaría tan deslegitimado en su origen, que dañaría gravemente su razonabilidad y su justicia.
No se me oculta que Sánchez puede alegar —y con razón— que tanto González como Aznar pactaron la gobernabilidad con Pujol en el pasado, en 1993 y 1996, a través de los famosos «Pactos del Majestic». Pero siendo eso cierto, no lo es menos que la experiencia adquirida desde entonces, ha evidenciado que aquello fue un error fruto de la incapacidad de ambos partidos de ponerse de acuerdo, y de la carencia de un partido de centro no nacionalista que pudiera ejercer el papel de bisagra. En todo caso, aquel tiempo no es el actual: aquella CIU y aquel Pujol no son Puigdemont y JxCat, y tampoco los Junqueras y ERC de ahora. Es conocida la situación presente, y la gravedad del pulso separatista no permite errores e ingenuidades en la relación con ese mundo político, que primero fue catalanista, luego nacionalista y ahora es separatista.
Y al hablar de experiencia, no sólo debemos limitarnos a la del vigente régimen constitucional: la Historia de España es prolija en episodios vinculados a la esencia del Estado, propios de una nación diversa y rica en singularidades como la nuestra. A la luz de los acontecimientos, la senda que está recorriendo Sánchez empieza a recordar peligrosamente a la de la I República española. No es ninguna exageración: Se proclamó el mismo día que renunció a la Corona Amadeo de Saboya —11 febrero de 1873—, y degeneró en un cantonalismo que ocasionó un caos de tal dimensión, que su corta duración se dividió en dos etapas de un año cada una, como República Federal una, y República Unitaria la otra.
De momento «Teruel existe», y le ha permitido la investidura a Sánchez. Ahora los que le mantienen son los separatistas catalanes, pero los agravios económicos y de todo tipo están alimentando un nuevo cantonalismo.
En España el más tonto hace relojes de madera…. y funcionan.
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