El Rey nos devolvió el aliento ante la traición de Sánchez

El Rey nos devolvió el aliento ante la traición de Sánchez
  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Pedro Sánchez con sus votantes, un tercio de los electores españoles, no se olvide el dato, ha llevado a España a una situación límite, el descuartizamiento constitucional, o sea la desaparición de la Nación más antigua de Europa, sin que el país en general, incluidos los electores socialistas y hasta los que no lo son, estén cayendo en la cuenta de este aserto. España, como sociedad, es ahora mismo una comunidad domeñada, desanimada, inerme que asiste a su inevitable lisis con casi imperceptibles grititos de protesta.

Lo que está ensayando estos días el felón Pedro Sánchez Pérez-Castejón es la voladura incontrolada de uno de los estados clave de Europa, y sólo lo hace para asegurar su permanencia en el poder de la infecta mano de los desmembradores separatistas y de los herederos de ETA, la banda terrorista más criminal de nuestra historia reciente. Y en este propósito confeso este pérfido individuo arrasa con todo lo que se pone de por medio o, peor aún, con quienes se atreven a enfrentarse con su plan. Del Rey abajo todos somos instrumentos manejables, sometibles para este enorme enfermo de megalomanía patológica. En primera instancia, el Rey ya lo ha entendido así depositando en Feijóo la responsabilidad de la investidura. Sánchez, ufano como siempre, acudió a La Zarzuela presumiendo de «estar en disposición» de ganar el reto, pero el Rey no cayó en el cepo: a Feijóo le acompañaban 172 escaños confesos, a Sánchez,152. Lo demás eran presunciones. El Rey, a propósito o no, acreditó quién había ganado las elecciones.

Acudió Sánchez a visitar al Rey no como ganador de las pasadas elecciones, que las ha perdido, sino como jefe, recadero más bien, de un conglomerado de barreneros en el que habitan los costaleros de un forajido de apellido Puigdemont, los secesionistas del golpismo catalán, incluido el frailón Junqueras ahora tan desaparecido, los estultos compañeros de viaje de Bildu, el PNV del chincheta (así se hace llamar a sí mismo) Ortúzar, y naturalmente esta caterva de antiguos etarras que ahora se ha constituido en un coro de entusiastas mamporreros del felón Sánchez Pérez-Castejón, apellidos que nuestros nietos y biznietos los estudiarán como los propios de uno de los gobernantes más miserables de nuestra Historia común desde VIriato hasta la fecha. Como se lee.

En su papel de mensajero interesado de toda esta ralea, se presentó ante el Rey como artífice de una suma política que, según sigue pretendiendo, quiere que le conduzca de nuevo a la Moncloa. Realmente -y subrayo la R mayúscula del adverbio- nada sabemos sobre qué le habrá dicho Felipe VI al repartidor de especies tóxicas. ¿Le recordó el Rey al visitante el precepto inicial que incluye el Artículo 2 de nuestra Norma Suprema que reza literalmente: «La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación Española»? ¿Le trajo a colación lo dispuesto en el Título II, Artículo 56, que se refiere precisamente al papel del protagonista de la Corona y que dice así: «El Rey es jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia»?, o ¿acaso -esto seguro que no lo hizo Felipe VI- refrescó la memoria al huésped con lo dispuesto en el Artículo 102 que inscribe la responsabilidad política o penal del presidente del Gobierno? Seguro que esto último no lo hizo porque sería tanto como avisar al felón de que puede estar sujeto a la «acusación por traición o por cualquier delito contra la seguridad del Estado en el ejercicio de sus funciones». Lo dicta la Constitución.

La verdad es que produce bastante alipori propio o vergüenza ajena especular sobre cuál ha sido el comportamiento del Rey, sus palabras desde luego, en su reunión con el presidente del Gobierno en funciones. Vergüenza ajena (diré) porque los clásicos del lugar, los cronistas de la depauperada Transición disimulamos durante muchos años -quizá porque no hizo falta- cualquier iniciativa crítica que rodeaba, como rodeó, las conductas del anterior «Su Majestad». Es más, tengo para mí, y para muchos otros con los que he compartido análisis, que el denostado Juan Carlos I nunca hubiera aceptado, como ahora ha hecho su hijo Felipe VI, ninguneos, o bofetadas directas a su persona, a la Institución que representaba o, sin lugar a dudas, a la Nación que está por encima de todos nosotros, de él, Juan Carlos I entonces, y de Felipe VI en el presente. Le echó c…..s el Rey reinante este martes pasado contra todas las presiones de la izquierda bochornosa. Porque en este momento las tornas son obuses y el pretendiente a la continuación en el poder es un sujeto que bordea la alta traición, un tipo al que nada le importan las transgresiones institucionales y sí, mucho (hasta la misma patología) su egocentrismo de nosódromo.

En esta época en que lo cierto es moneda de mercadeo no está de más significar que cualquier ayuda, por activa o pasiva, que pueda recibir Sánchez Pérez-Castejón -recuérdense para todas sus vidas estos apellidos- para lograr su plan de permanencia al coste que sea, puede ser cómplice del activista. Así de claro hay que decirlo: NADIE puede consentir que se esté perpetrando la voladura de España sin oponerse frontalmente a ese objetivo. ¿Cuántos delincuentes serán exonerados de toda culpa con la amnistía que exigen los golpistas y que acepta Sánchez? ¿Cuánto tiempo durarán en la cárcel asesinos como Txapote si este perdón generalizado que se prepara toma rango de ley? ¿Cómo podría firmar el Rey una convocatoria de referéndum para liquidar la unidad de España? ¿Estamos tontos o qué? ¿Esta sociedad española anestesiada o hibernada está percibiendo la gravedad del atentado sin precedentes que se está perpetrando contra ella? Estamos más cerca que lejos en las vísperas mismas de la comisión de un delito de alta traición que debería llevarse por delante a este miserable gobernante. Y quédese con esta advertencia: la alta traición afectaría en su justa medida a quien, o quienes, puedan colaborar con Sánchez Pérez-Castejón en el propósito de liquidar España con el único objetivo de seguir pegado a un sillón que nunca debió ocupar. La verdad: el martes el Rey volvió a devolvernos el aliento.

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