Por qué no todos tenemos una «feliz» Navidad
Cuando se habla de la Navidad, más allá de su significación afectiva, desde el punto de vista neuronal, se produce en nuestra cabeza una especie de explosión desde el momento en el que algunas neuronas buscan establecer comunicación con otras a través de impulsos eléctricos (sinapsis). Hoy sabemos que las neuronas se comunican, pero aún no sabemos el por qué eligen algunas neuronas o por qué descartan otras.
Esta comunicación busca establecer una correspondencia entre la palabra pensada y las vivencias de la misma asociadas a recuerdos, personas, experiencias, emociones, sentimientos, etc., que se traducen en información (datos) que vamos almacenando a lo largo de nuestra vida en ese gran algoritmo que es nuestra mente.
Y ésta es justamente la razón por la cual la Navidad, que en la mayoría de los casos apela a la felicidad, no es igual para todas las personas. Del mismo modo que existen algunos que ponen el árbol desde noviembre y van a trabajar con el gorro de Papá Noel, a otros estas fechas les resultan indiferentes y, para muchos otros, pueden ser signo de dolor, soledad, rabia, ansiedad, etc.
Lo normal sería que el día de Navidad yo escribiera una bonita columna plagada de buenas intenciones, felicidad y alegría por estas fiestas (sesgo). Sin embargo, este año me gustaría hackear mi cerebro escribiendo para aquellos que por ciertas razones (algunas mencionadas abajo) no podrán celebrar una «feliz» Navidad.
Por ello, me permito hacer una lista de personas que no son mi familia, ni amigos ni cercanos, pero que por empatía y solidaridad me gustaría mencionar.
- Los enfermos en hospitales.
- Las madres que perdieron a sus hijos.
- Por los que se quedaron viudos.
- Por todos los que se han separado o divorciado.
- Por aquellos que estarán en una patera, tratando de buscar una mejor vida.
- Por los abuelos que están en residencias, y que se quedarán esperando al hijo o familiar que nunca vendrá.
- Por los niños huérfanos, abandonados, o en familias de acogida y que en muchos casos no tendrán una cena o un bonito regalo.
- Por todos los que tienen que trabajar esa noche para que los demás podamos celebrar.
- Por aquellas parejas que, tras mucho intentarlo, no pudieron tener hijos.
- Por aquellos que perdieron su empleo y hoy no pueden pagar calefacción y muchos menos una cena.
- Por aquellos que han caído en las drogas, el alcohol, los vicios y que han sido apartados de la sociedad.
- Por todas aquellos que viven en las calles y desde la calle ven celebrar a los otros.
- Por las familias que han perdido a «alguien» combatiendo en una guerra sin sentido.
- Por los mutilados por la guerra o cualquier circunstancia.
- Por aquellos que sufren depresión, ansiedad o trastornos mentales y se sienten extraños en su propio mundo.
- Por aquellos que se fueron a vivir a otro país.
Tal vez se me escapen muchas personas y situaciones, tal vez la lista sea interminable, pero éste es un pequeño homenaje a aquellos que sufren y que aunque no conozco merecen todo mi respeto, solidaridad, cariño y empatía.
La única forma de luchar contra las máquinas es siendo completamente opuestos a ellas, y eso implica estrechar nuestros lazos de amor, solidaridad, respeto y empatía por el otro.
De seguir con esta apatía y precariedad humana por la que nos lleva la vida digital y las redes sociales, dentro de muy poco las máquinas seremos nosotros.
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